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De primerazo, la mayoría del poco numeroso público eran niñas/mujeres/femenino. No tengo nada en contra. ¿Pero es que acaso a los hombres no les interesa el arte? Qué extraña sensación.
Esta exposición logra, inconscientemente, responder a las dos preguntas que atormentan desde hace ya más de 20 años al dichoso salón Nacional.
Es testigo de la expresión visual de nuestro país?
Claramente. De ahí provienen los íconos que han marcado la historia de las artes visuales colombianas. De hecho sus protagonistas habían sido, hasta los años ochentas, los encargados de marcar la pauta.
Sin embargo hace unos años, a causa del desorden, las críticas, los malentendidos y el “des-estructurado” ánimo de cambio, el salón se ha convertido en un insipiente sancocho.
Por qué la polémica en torno al salón?
Pues precisamente por lo dicho anteriormente. Los críticos promedio , en su afán por reivindicar todo (tal vez para ganar popularidad o por simples ganas de quejarse), convirtieron a ese poderoso testigo, en un tributo al popular “chiquero” o mercancía de cargazón. Prueba de ello, y ahí es cuando la exposición responde inconscientemente a esta segunda pregunta, es la sofocante y confusa curaduría cuyo principal protagonista es un hediondo papel tapiz como el de las mesas del restaurante de comida rápida el corral. Qué bonitura más innecesaria. Y además el canon vociferante de los monitores realmente apesta. No se entiende ni lo uno ni lo otro.
Al final, un excelente propósito de documento, pero una innecesaria complicación a la hora de resolverlo. Que tal el viejo truco de las paredes blancas, las fichas técnicas. Tal vez una cronología. Sale y vale. Misión lograda. ¿¡Pero el papel tapiz!? ¿!Y el desorden!? ¿Para qué?
Idéntico para el salón. Qué necesidad de obstáculos. Hay que volverlo un premio. Un premio difícil de ganar. Con jurados de calidad. Que también se lo hayan ganado por méritos. Tal vez otro concurso. Dos concursos. Una exposición. Un premio único. Una fecha. La más importante cita con el arte Nacional. Simple.
Para mí, una galleta integral!
Esta exposición logra, inconscientemente, responder a las dos preguntas que atormentan desde hace ya más de 20 años al dichoso salón Nacional.
Es testigo de la expresión visual de nuestro país?
Claramente. De ahí provienen los íconos que han marcado la historia de las artes visuales colombianas. De hecho sus protagonistas habían sido, hasta los años ochentas, los encargados de marcar la pauta.
Sin embargo hace unos años, a causa del desorden, las críticas, los malentendidos y el “des-estructurado” ánimo de cambio, el salón se ha convertido en un insipiente sancocho.
Por qué la polémica en torno al salón?
Pues precisamente por lo dicho anteriormente. Los críticos promedio , en su afán por reivindicar todo (tal vez para ganar popularidad o por simples ganas de quejarse), convirtieron a ese poderoso testigo, en un tributo al popular “chiquero” o mercancía de cargazón. Prueba de ello, y ahí es cuando la exposición responde inconscientemente a esta segunda pregunta, es la sofocante y confusa curaduría cuyo principal protagonista es un hediondo papel tapiz como el de las mesas del restaurante de comida rápida el corral. Qué bonitura más innecesaria. Y además el canon vociferante de los monitores realmente apesta. No se entiende ni lo uno ni lo otro.
Al final, un excelente propósito de documento, pero una innecesaria complicación a la hora de resolverlo. Que tal el viejo truco de las paredes blancas, las fichas técnicas. Tal vez una cronología. Sale y vale. Misión lograda. ¿¡Pero el papel tapiz!? ¿!Y el desorden!? ¿Para qué?
Idéntico para el salón. Qué necesidad de obstáculos. Hay que volverlo un premio. Un premio difícil de ganar. Con jurados de calidad. Que también se lo hayan ganado por méritos. Tal vez otro concurso. Dos concursos. Una exposición. Un premio único. Una fecha. La más importante cita con el arte Nacional. Simple.
Para mí, una galleta integral!
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