Conexión Colombia
El pasado miércoles, Alfredo, nuestro chofer desde hace más de siete años, nos condujo a mí, a Constanza y a mi marido al gran evento de arte y filantropía que se realizaría en uno de los salones de los gigantescos edificios empresariales de la carrera séptima con ciento dieciséis. Una pashmina de exactamente 2750 dólares directamente traída de Nepal junto con una combinación de otoño diseñada por Donna Karan, me hacían lucir espléndida para el motivo de la noche: una subasta de arte.
Mi contemporánea y glamorosa compañera de pasiones, Ana Sokoloff, actual directora del departamento de arte latinoamericano de la reconocida casa de subastas Cristie’s, estaría empuñando el martillo que con cada golpe seco sobre la madera, definiría al flamante poseedor de la pieza en exhibición. Una especial noche en donde el principal protagonista es el dinero y sus actores de reparto: la bebida, los egos y el honor.
Conversaciones vacías van, risas forzadas vienen. Primera ronda del coctel y a lo que vinimos. Y no hablo exactamente de apoyar una causa.
De primeras al ruedo, y como para ir a la fija por ser el niño consentido e innegable talento emergente de nuestro país, lanzan una pieza de Mateo López. Una regla amarilla señalando 28 cms sobre una hoja de papel. Vendida. Por más de tres millones. Los ánimos y las emociones afloran. Máximo Flórez. Vendida. Esteban peña. Vendido. El martillo parece dinámico pero no del todo punzante y estresante. Cruz diez. 120 Millones. Y así sucesivamente. Los vasos repletos de hielo van y vienen. Los teléfonos repican. Alzo mi paleta. Me ganan la apuesta. El balance, según los organizadores, positivo.
¿Y yo me pregunto, tiene esto algún sentido? Supongo que sí y no. Y me cuesta decidirme ya que al final de todo esto lo que realmente queda, es una resaca horrible de alcohol, combinada con ese guayabo moral que te hace saber que algo no anda del todo bien.
Lo digo ya que más allá de la emoción, más allá de lo apasionante de una subasta y de su aparente parecido con un vertiginoso juego de póker, la verdad es que aquí la objetiva apreciación del arte, como yo la veo, deja de existir. La poesía desaparece y su esencia se diluye entre bocanadas y bocanadas de humo de cigarrillo y manojos exuberantes de billetes invisibles. Porque en un evento como este priman inevitablemente una serie de intereses mercantiles que nada tienen que ver con los deseos, las expectativas y la calidad de las obras de arte. Tampoco tienen estos que ver con una causa que se convierte simplemente en la fatídica excusa para jugar un juego que a todos nos gusta jugar. A pesar de que en el fondo el dinero ayuda, el altruismo no parece ser la base de este experimentado tablero de monopolio.
Increíblemente los artistas más jóvenes se cotizan sin saber muy bien porqué (bueno… pujar a partir de una base de 500.000 pesos siempre será menos riesgoso que sobre una de 120’000.000 de pesos) mientras se transgreden sus intereses primarios de expresarse y comunicar ideas. Por ejemplo un dibujo como el de Kevin Simón de seguro estaría mucho mejor en el cuaderno íntimo de su amada que en alguna lujosa casa llena de extravagancias y objetos materiales. Su auténtica personalidad pasa lamentablemente al plano del dinero y se borra del terreno de las emociones y la sensibilidad que lo han hecho destacarse.
Sin embargo el mercado del arte debe existir. Y los artistas deben ser patrocinados de forma coherente y sana para generar procesos y construir obra. Pero bajo otras reglas distintas a la especulación, las trampas y las artimañas ficticias que a veces se vislumbran detrás de todo esto.
Mi idea es que todo sea menos políticamente correcto, más sincero, honesto y romántico. El coleccionista debe ser un guardián privado del patrimonio y una extensión NO-snobista de las obras que compra. Su apreciación debe ir más allá de los precios y pasar por la calidad, la excelencia y la pertinencia.
Yo misma colecciono obras. Aquellas que tienen un valor profesional, intelectual y estético valioso dentro de mi forma de pensar y percibir el arte. Y esa es la misma razón que me impulsa constantemente a escribir sobre arte. Porque hay algo más allá del valor comercial que me conmueve y me martiriza para bien o para mal, pero que al fin y al cabo me trastorna.
Lo cierto es que estos eventos al final me deprimen. Siento ganas de encerrarme un rato y volver a los libros y a aquellas imágenes desechas de la superficialidad del medio artístico mainstream. De seguro no lo logro y la red vuelve y me atrapa. Pero eso siento.
Ahora viene Artbo. Una iniciativa que apoyo pero que así mismo me aterra. Al final creo que son los artistas los que deben poner la pauta y generar cuestionamientos al respecto de su función y metodología. Su personalidad y sus creaciones pueden valer más que mil centavos. Los coleccionistas en cambio son eso, coleccionistas. No los culpo. Es su rol en este ecosistema.
Lo cierto es que el espectador ingenuo es el único ojo externo que corrobora o crucifica.
Las últimas han sido noches de insomnio, revelaciones y visiones entre cobijas de pluma y texturas de dulce abrigo.
1 Comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo, esta moda de las subastas nosè a quien mas le hace daño al pobre ingenuo artista que manda por mandar o el comprador que està comprando una pieza de arte por lucirse o por que le gusta, o por ayudar...las dos cosas juntas no estàn saliendo bien, el artista que dona y no recibe nada y ese comprador que ingenuamente cae en la trampa de tener una pieza mala de Arte. Para ambos este juego està saliendo bien mal, el artista perdiò un comprador y este a su vez cree tener algo bueno en sus manos...POR FAVOR QUE LOS ARTISTAS SE UNAN: NO MAS DONACIONES!!
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