Robledo // Teuta // Casas Riegner
Dos generaciones bastante distantes han sido unidas por la misma obsesión: la luz.
Víctor Robledo, a sus 60 años sigue siendo un fotógrafo silencioso, introvertido e incluso huraño, con una parsimoniosa mirada hacia lo que estando presente, no suele hacerse presente. Y es eso precisamente lo que presenta. Cuatro series de fotografías que yo diría son contemplativas, tres de las cuales son extremadamente bellas y poéticas en su sencillez y que además transmiten esa larga espera de la cámara, el trípode y el ojo, y una cuarta que lamentablemente me parece pésima, fallida y que tan sólo me recuerda a los ingenuos virados de estudio mediocre o ejercicio universitario para entender de qué se trata un virado. Una muestra que si no fuera por estas imágenes de reflejos sobre el agua, químicamente manipulados hacia un color, no tendría una mala crítica. Pero la muestra la componen todos los objetos, piezas y detalles que en ella se muestran. Y esas obras puntualmente son malas y le restan valor a las otras, que en cambio son valiosas, están bien ampliadas y atrayentemente colgadas.
En el piso de arriba, una joven muy joven, de tan solo veinticuatro años acude también a la luz como recurso e inspiración, pero desde un punto de vista ‘tecnológicamente artesanal’. Se trata de una serie de cajas oscuras, trucos de proyección e ilusionismos físicos para entender conceptos básicos sobre la refracción de la luz y sus ases. Una muestra acertada, con un título divertido y que deja entrever síntomas claros de talento pero a su vez enormes brotes de ingenuidad, adolescencia y falta de madurez. Lo digo porque aunque en general esta muestra es un acierto, posee varios desaciertos puntuales. Por ejemplo dejar tan al azar (paisajes, árboles, universo…?)) las imágenes que rotan en los view-Masters disfrazados en cartón, es algo injusto con el espectador. No basta con el truco, hace falta el resultado. Es como utilizar la mejor y más novedosa cámara del planeta para terminar filmando una película mala y en donde incluso la imagen luce pobre. También vi algunos detalles sueltos que no me gustaron en el montaje, como una mala unión del dry-wall con un cable a la vista, y que lamentablemente, el switch que activaba al pájaro enjaulado, ya no funcionaba. Pero nada de esto es grave. Lo que es seguro es que el trabajo resulta más atractivo cuando cada detalle está resuelto a consciencia. Hablo en particular de los proyectores de opacos que con elementos sutiles generan esas vistas anti-claustrofóbicas tan refrescantes y especiales. Los pájaros colgando y sobrevolando son absolutamente maravillosos.
Dos muestras interesantes pero a las cuales había que hacerles, inevitablemente, un buen par de jalones de oreja
Víctor Robledo, a sus 60 años sigue siendo un fotógrafo silencioso, introvertido e incluso huraño, con una parsimoniosa mirada hacia lo que estando presente, no suele hacerse presente. Y es eso precisamente lo que presenta. Cuatro series de fotografías que yo diría son contemplativas, tres de las cuales son extremadamente bellas y poéticas en su sencillez y que además transmiten esa larga espera de la cámara, el trípode y el ojo, y una cuarta que lamentablemente me parece pésima, fallida y que tan sólo me recuerda a los ingenuos virados de estudio mediocre o ejercicio universitario para entender de qué se trata un virado. Una muestra que si no fuera por estas imágenes de reflejos sobre el agua, químicamente manipulados hacia un color, no tendría una mala crítica. Pero la muestra la componen todos los objetos, piezas y detalles que en ella se muestran. Y esas obras puntualmente son malas y le restan valor a las otras, que en cambio son valiosas, están bien ampliadas y atrayentemente colgadas.
En el piso de arriba, una joven muy joven, de tan solo veinticuatro años acude también a la luz como recurso e inspiración, pero desde un punto de vista ‘tecnológicamente artesanal’. Se trata de una serie de cajas oscuras, trucos de proyección e ilusionismos físicos para entender conceptos básicos sobre la refracción de la luz y sus ases. Una muestra acertada, con un título divertido y que deja entrever síntomas claros de talento pero a su vez enormes brotes de ingenuidad, adolescencia y falta de madurez. Lo digo porque aunque en general esta muestra es un acierto, posee varios desaciertos puntuales. Por ejemplo dejar tan al azar (paisajes, árboles, universo…?)) las imágenes que rotan en los view-Masters disfrazados en cartón, es algo injusto con el espectador. No basta con el truco, hace falta el resultado. Es como utilizar la mejor y más novedosa cámara del planeta para terminar filmando una película mala y en donde incluso la imagen luce pobre. También vi algunos detalles sueltos que no me gustaron en el montaje, como una mala unión del dry-wall con un cable a la vista, y que lamentablemente, el switch que activaba al pájaro enjaulado, ya no funcionaba. Pero nada de esto es grave. Lo que es seguro es que el trabajo resulta más atractivo cuando cada detalle está resuelto a consciencia. Hablo en particular de los proyectores de opacos que con elementos sutiles generan esas vistas anti-claustrofóbicas tan refrescantes y especiales. Los pájaros colgando y sobrevolando son absolutamente maravillosos.
Dos muestras interesantes pero a las cuales había que hacerles, inevitablemente, un buen par de jalones de oreja
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