17 agosto, 2009

Dos muestras distantemente opuestas

Hay una creencia popular según la cual los polos opuestos se atraen. Así, caprichosos, como imanes torpes que se chocan sin cesar. Y aunque de seguro en el amor esto debe de tener algo de cierto, yo prefiero pensar y creer en las relaciones entre personas compatibles y que tan sólo con mirarse a los ojos se vuelven inevitablemente cómplices. Aunque esto no tiene en realidad mucho que ver con mi nota de hoy…
Lo cierto es que en la Galería Cuarto Nivel, que insisto, bajó al segundo nivel, acaban de mostrarse dos exposiciones individuales tan lejanas y distantes como un matrimonio mal cultivado.
Por un lado se presentó, hace más de un mes, la muestra fotográfica de Karim Estefan, un joven fotógrafo bogotano dedicado en particular a hacer retratos junto con una reportería social muy contemporánea. El título de la exhibición era ‘Paisajes imposibles’ y se trataba de una serie de ‘close-ups’ o ‘macros’ de diferentes flores, muy al estilo, para que se hagan una idea, de los fondos de escritorio que traen por defecto (según dicen mis hijos) los ordenadores personales. Imágenes inherentemente bellas e impactantes tanto por lo vibrante del color como por el formato medio escogido. Imágenes que sería imposible que no exaltaran los sentidos pero que sin embargo no dicen nada más allá de esa evidente poética visual. Se convierten en pinturas fotográficas impecables, lúcidas y sensuales, pero que bien podrían ser del periodo moderno. Lo digo por lo expresivo de sus composiciones, por la riqueza de las texturas y por la variedad de detalles enfocados y desenfocados. Sentí entonces la presencia de un hombre sensible, atado a posturas románticas y al placer de la imagen por la imagen, pero no necesariamente una reflexión contemporánea sobre algún problema en particular. Para ser justa, digamos que esa era la idea.



Este mes en cambio, y ahí es cuando no entiendo muy bien la postura de muchas de las galerías en Bogotá (cuya estrategia parece ser: ‘en la variedad está el placer’), presentan una mirada hiper-reflexiva, política, de un artista joven con todos los vicios del arte nacionalista contemporáneo y sus temas clichés. Me refiero a la exposición de Andrés Buitrago, Sín Título/Colombiana, que reúne una serie de piezas que se habían visto en diversos certámenes de manera independiente y que finalmente conforman una sola obra. Se trata a su vez de un vistazo crítico a la idea de identidad patria en nuestro país y al interés por afianzarlo mediante el uso de un pequeño ‘pin’ con la forma de un aguila y que se ha vuelto el objeto recurrente que simboliza a toda la nación. Esto sumado a otros guiños hacia los íconos y paisajes que como colombianos nos unen. Una curaduría sencilla, un tanto obvia, que cumple con los requisitos para ser una muestra eficaz y apropiada, pero que a mí particularmente, me aburre. Si estuviera de jurado como profesora universitaria le daría de seguro una buena calificación ya que como formula funciona pero lamentablemente como obra de arte no me cambiaría mucho la vida. Ni la tendría muy en mente, ni la recordaría como un ejercicio grato o realmente lúcido.



Parece entonces que los polos opuestos de cierta forma si se atraen hasta llegar al centro. Por que son dos muestras que están bien hechas, bien curadas, bien montadas y bien resueltas pero que no estremecen realmente. Están en la media natural de un arte inofensivo. La una por excesivamente bella y despampanante y la otra por pretender ser tan interesante que pierde la deliciosa astucia intelectual e investigativa de la que se pretende.

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