23 diciembre, 2009

Estuvimos ahí



Ícaro Zorbar es como esos antihéroes de las tragedias, que a pesar de sus acciones, tienen la capacidad de conmover de forma sublime al espectador. Sus ideas son poéticas, su visión intensa y su capacidad narrativa tan útil como la de Aristóteles. Me refiero a lo hermoso que suenan las explicaciones de sus obras, a la curiosidad que genera una nota de prensa sobre su más reciente exposición y a los perfiles que suelen hacerle a este joven artista que está a la cabeza de los ingenieros mecánicos de lo inútil y obsoleto. Pero si alguien estuvo ahí, sin temor a equivocarme, sabe que termina siendo más lo que se dice que lo que se contempla en la sala. A diferencia de otras puestas en escena (Ej.: Serenata en secreto para corazón análogo ; Te extraño: los solistas, o Ventilador, que es probablemente una de sus mejores piezas) en esta ocasión no sentí esa fuerza o esa intensidad que suelen verse en sus experimentos. El ritmo se pierde, y no hay puntos de ruptura ni ejes dramáticos. La sala yace sin esa aura de la poesía.
Eso sí, las ideas están, pero no se concretan del todo. Tanto la zanahoria rodando, como los pingüinos que giran, son ideas con una potencial fuerza plástica impetuosa, pero que no se concretan. Incluso es preferible leer la descripción literaria de unas bailarinas que danzan al compás de una manivela mecánica… Me entienden. Pero la obra no nos dice nada de esto. Las melodías tampoco.

En ese orden de ideas yo me pregunto si Ícaro puede ser más lo que dice que lo que hace, y por ejemplo, solo por ponerlo en paralelo, Rodrigo Echeverri es más lo que hace que lo que dice. ¿Y cual sería más aceptable? Porque me cuesta trabajo digerir todo el discurso político de Rodrigo y por ocasiones las regulares instalaciones de Ícaro. Lo cierto es que Zorbar como artista y persona seduce, al igual que lo hace la obra de Rodrigo. La meta: los equilibrios. Porque no hay peor estrategia que dejarse llevar por las apariencias.

En pocas palabras "Estuvimos ahi" y no nos gustó. Esperábamos mucho más. Tuve que tragarme mis palabras ante un par de expertos internacionales que quisieron visitar la muestra conmigo ya que les adelanté maravillas. Lección: no hay que adelantarse a los hechos.

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