15 septiembre, 2008

Frente al silencio / Adentro Afuera

Desde hace más de diez años y antes de casarme por primera vez, yo y mis amigas del colegio, un grupo de cinco chicas a las que nos unía la amistad de nuestros padres y un gusto inevitable por el chisme, nos reunimos una vez al mes para comentar todos los incidentes y detalles de nuestras agitadas vidas. Desde los más relevantes y profundos hasta las pequeñas ocurrencias sin sentido. Eso sí, siempre acompañadas de varias botellas de vino e innumerables postres. En la última ocasión la conversación giró entorno a la inevitable separación de Cristina quien se ha sentido sumamente contrariada con los caprichos de su marido. Aunque en el fondo todas sabemos que se merece otra oportunidad, acordamos que debía darse un tiempo y no precipitarse a tomar decisiones que no tuvieran vuelta atrás. Así, entre sonrientes y ‘alicoradas’ salimos de un reconocido restaurante en la zona G, nos pusimos nuestras máscaras de la vida real y volvimos a nuestras rutinas.



Yo por mi parte decidí pasar a visitar la exposición de la muy convencional Quinta Galería. En esta ocasión se trataba de la más reciente obra de Luis Fernando Robledo y de Yezid Vergara. Con ambas propuestas sentí algo muy similar. Sentí que me enfrentaba a obras plásticas de otra época. Tal vez de hace unos 15 o 20 años atrás. Como si hubiera entrado a una dimensión paralela del arte contemporáneo. Algo así como lo que se veía en la Galería Diners en los años ochentas cuando aún los discursos retóricos y las reflexiones demasiado críticas no tenían tan fácil entrada en los espacios comerciales. En este caso las piezas no parecen ser fruto de investigaciones forzadas sino de una búsqueda plástica entorno a los materiales y a la técnica. Robledo experimentando con la textura y la materia mientras recrea instantes plácidos y abstracciones relajantes del paisaje. Vergara, acudiendo a la tenue invisibilidad de las veladuras y a la sutileza de las transparencias, en un trabajo preciosista y minucioso. Ambas propuestas tienen ese sabor a taller, a lija, a distanciamiento del lienzo y del papel, a instantes de goce, que carecen de ese sustento intelectual que caracteriza al arte de nuestros días. Los textos son la clara evidencia de esto. No por esto son malos. Simplemente anacrónicos. Lo digo ya que los retratos dan ganas de contemplarlos, de recorrerlos y de mirarlo para ser feliz. Al igual que algunos de los paisajes. Sin embargo no me ponen a pensar. Por eso me sentí tan rara.




Creo que el problema es de la Galería que no logra definirse, o que simplemente se niega a entender la contemporaneidad. Aunque el espacio es muy bello, con un acogedor café a la entrada y muy bien cuidadas enredaderas, me molestó el cambio de piso, que en su mayoría es de madera, pero que muta descaradamente a un frío mármol color crema. Igual estaba de muy buen humor por ver a las chicas y porque un sol naranja se escondía a 45 grados, proyectando esa luz cálida que solo he visto acá en Bogotá.

Por el lado de Cristina espero que todo ande bien. Sé lo que es pasar por eso.

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