11 febrero, 2010

Here we are now, entertain us



Here we are now, entertain us… Y sí que Aldo Chaparro logró entretener a los asistentes con una deslumbrante muestra de lo que significa hacer una instalación en nuestros días. Una mezcla de diseño, fotografía y escultura son los ingredientes del cóctel visual que se trajo este peruano para la primera muestra del año de la galería Nueveochenta. Letras en neón como bien lo han hecho Tracy Emin, el colectivo francés Claire Fontaine o el mexicano Stefan Brüggemann entre muchos otros, un texto en lámina de aluminio cortado a la perfección con un láser y puesto sobre una casi imperceptible mancha de pintura blanca y una serie de trazos en fibra óptica armando una teleraña entre los ya conocidos papeles arrugados de metal, hicieron las delicias de los asistentes. A esto súmenle un “estróber” al ritmo de Smell like teen spirit en español instalado en el segundo piso. Todo muy impactante, vibrante y contundente.



Aunque es un tipo de exposición que se puede apreciar seguramente en otras metrópolis, como Ciudad de México, Paris, Londres o Nueva York, pocas veces se tiene la oportunidad de ver en Bogotá, y menos, en una galería comercial. Y creo que en parte es porque esta es tal vez la única de las galerías, junto con Casas Riegner, que se mete la mano al bolsillo y no le teme a intervenir su espacio y adecuarlo a favor de las obras presentadas. El resultado es obvio. Obras de alto impacto, recorridos claros y una ambientación espacial que le suma fuerza a la obra. Una obra cuyo discurso es sencillo y sin pretensiones y que se inscribe muy bien en tiempos de una gran cantidad de información mediática que por afán ni siquiera interpretamos, ni filtramos de forma consciente.



A esta puesta en escena se le sumó una música experimental de una niña llamada Natalia Valencia, similar a la propuesta de Nobara Hayakawa, pero versión más improvisada y más primípara. Básicamente, junto con otra chica presentan un desafinado y ocre espectáculo de covers transcritos. La verdad es que ya de puertas a los 40 no entiendo esa moda de cantar mal. Más allá de la intención crítica, dialéctica y semántica del ejercicio ese remedo de sonido no me hizo ninguna gracia. El nombre de la chica de la guitarra en cambio me pareció venenosamente llamativo: Nikiniki Bam Bam. Enfin, igual estamos en la era del mal dibujo naíf e inocente, entonces, porqué no cantar como en la ducha, pero sin agua cayendo. En resumen, un buen show sin querer ser otra cosa. Esa es la inteligente propuesta de Aldo y una explosiva forma de empezar el año en Nueveochenta.

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