La última vez que fui a Cuba me dio una enorme sensación de desasociego al ver a un pueblo desilusionado y ajeno a lo que les tocó vivir. La pérdida de esperanza y el estancamiento hacen de muchos de los cubanos unos tristes mártires de su propia historia. Es como entrar en un espacio de incertidumbre, suspendido en una época pasada e incierta.
Hablo de esto ya que hace varias semanas la Galería La Cometa trajo a Bogotá a una serie de artistas contemporáneos cubanos a exponer en su lujosa sala de la décima con 94A. Para promocionar la muestra vi algo que es poco común en este medio y es que pegaron carteles en los postes y en las paredes de varios sectores de la ciudad, tal como lo hacen los productores de conciertos, eventos y demás actividades o campañas publicitarias. Esto es entretenido ya que convocan a su espacio no sólo a conocedores y compradores, sino a otro tipo de público. Rompe con el tradicional envío de mails e invitaciones físicas, que de seguro hicieron, pero que no salen a hablar directamente con el transeúnte desprevenido. Qué bueno.
Aquí se dieron cita Yoan Capote, René Peña, Felipe Dulzaides, The Merger, Esterio Segura, Fernando Rodríguez y Adonis Flórez. Todos de una generación intermedia que se acerca a los 40 años de edad. ¿Y qué ví? Ví mucho de ese desasosiego del que hablaba. Ví mucho de esa poética del olvido y la incertidumbre.
En especial me llamó mucho la atención una escalera-mecedora de color blanco, completamente afuncional que se erige hacia el techo a sabiendas de que no llegará a ningún lado. Una pieza sobria y contundente que describe poéticamente un camino sin final, un extremo sin distancia, una geografía sin límites pero arbitrariamente limitada.
Contemplativas las fotografías “claro oscuras” de René Peña, cuyas figuran de baja saturación salen de un hoyo negro para gritar auxilio. Las ampliaciones y el montaje impecables. Prefiero aquellas de colores poco vibrantes y opacos. Y me llamó particularmente la atención cómo una de las fotografías me remitía inconscientemente a una pintura de Grau.
Un pinocho supremamente mentiroso, con su nariz estirada cual super héroe de acción, parado sobre una enorme cantidad de libros, también fue una de mis piezas favoritas. Salvo por la tela colgada al frente en dónde un tanque pintado de modo expresionista se enfrentaba a la escultura. Creo que hay ahí un choque innecesario que problamente el artista necesite para validadr un discurso, sin darse cuenta que el muñeco por sí solo esta comunicándolo todo. Son de esos errores que los artistas, en su ensimismamiento y en su miedo al fracaso, cometen y luego justifican. Pero no es más que eso. Miedo a que la sencillez de una pieza hable por sí sola.
Por último me gustaría hablar de las fotografías de soldados. Unas imágenes supremamente bien retocadas y que apelan a la otra cara del combatiente. Al otro pensar del que se somete a la estupidez de la guerra.
En general trabajos sencillos, muestra de un trabajo consciente, de varios años y con un contexto específico que aunque sutilmente visible, existe. Interesante la propuesta de La Cometa que se arriega trayendo obras de unos artistas de especial trayectoria pero poco conocidos en nuestro país. Haría sin embargo una crítica a la puesta en escena, a la narración o curaduría, que nunca toma riesgos, ni nos propone otra mirada más allá de recorrer la sala con los ojos puestos a 150 cms del piso y haciendo un recorrido lineal. Lo digo sobre todo porque ese es un espacio bellíismo con mayores posibilidades de montaje que hay que aprovechar. Además de que siempre dejan unas obras a la vista que nada tienen que ver con al propuesta temporal. Cuidado. En ese casa hay que poner a dialogar mejor las cosas o dar explicaciones de recorrido.