29 agosto, 2010

Re [Cámaras]



Ayer volví a la Casa de la Moneda para ver arte contemporáno y no monedas. He aquí algunas refexiones en un Domingo de almuerzos familiares y lecturas novelescas.

Quisiera destacar de antemano el esfuerzo que hace el Banco de la República por mantener su colección de arte y mostrarla periódicamente a través de curadurías puntuales que permiten al público dialogar de forma más concreta con las piezas que han adquirido a lo largo de los años. Es este el caso de la exposición Ré[Cámaras] realizada recientemente bajo la curaduría de María Wills, quien parece estrenarse en este campo.

Una muestra sencilla que alude al mecanismo mismo de la fotografía como metáfora de la expansión de esta, es el principal pretexto para mostrar algunas obras de artistas cuyo principal interés es la cámara lúcida y sus diversas posibilidades. Un texto inteligente y coherente, con investigación, pero sin divagaciones innecesarias, sitúan al espectador en el meollo del asunto y le abren el apetito para entender las diversas posibilidades tanto formales como temáticas, que brinda el arte de la luz. Registros de land art, instalaciones, técnicas de sensibilización, mecanismos e incluso videos dan buena cuenta del enorme abanico de posibilidades que brinda este medio.

En cuanto a la curaduría creo que hay dos importantes riesgos, no de selección, sino de montaje, y estos tienen que ver con las piezas de Víctor Robledo y de Liliana Ángulo. Ambas, dispuestas sobre la pared y ordenadas de acuerdo a una figura de cascada que en el segundo caso le ayuda a la obra, pero que en el primero se siente débil y sin justificación curatorial, más allá del ensayo. Mientras en un lado la obra se siente incómoda y no logra dialogar con el espacio (hablo de Robledo) en el otro esa incomodidad le brinda una dinámica de interacción a la muestra, haciendo que la gente tenga que adentrarse directamente en la exposición e incluso sentirse como otro más de esos mártires negros que retrata e involucra en su obra Angulo. Aparte de esto creo que en general los proyectos incluídos tienen una razón de ser y marcan una línea clara y concisa, sin atenuantes o destellos. Una historia tal vez ya contada pero que no necesariamente ha sido leída por un público numeroso. Y creo que exactamente para eso están hechas estas muestras. Para que los colombianos puedan entender y mirar la producción de quienes usan estas cajas oscuras para materializar no solo imágenes, sino ideas y discursos.

En cuanto a las piezas lo más interesante me parece que lo brinda Oscar Muñoz, cuya obra -y después de haberla visto infinitas veces-, nunca deja de sorprenderme. Lo mismo me pasó con el espacio blando de Gloria Posada quien genera algo sensorial y vivencial a la vez gracias a una acolchonada instalación que sumerge al visitante en sus texturas fotografiadas. Así mismo las imágenes de Nelson Vergara me trasnmiten siempre una monótona placidez, convirtiéndose en un oasis para la agitada la vida urbana.


Gloria Posada


Liliana Angulo

Aparte de todo esto me queda la sensación de que es una sala un poco pequeña, que hace que las obras se sientan muy cerca las unas de las otras. Sin embargo, y haciendo caso omiso a esto, es una muestra interesante.

Al salir del Museo me dieron una moneda como souvenir. Me pareció algo maravilloso. No se de quien habrá sido la idea pero le extiendo mis más especiales felicitaciones.

19 agosto, 2010

Tesis / U. Nacional



Hacía un buen tiempo que no asistía a los proyectos de grado de los estudiantes de la Universidad Nacional. Supongo que sin querer queriendo me había vuelto un poco más exclusivista, por no decir arribista, es decir que si no era una inauguración formal con mirada altiva, entonces no iba. Pero esa nunca fue la idea. Así que heme ahí, de nuevo, caminando por entre el campus de mi Universidad, reviviendo aquellos años mosos de hippismo exacerbado de la Academia. Me produjo una nostalgia enorme pararme frente a la facultad y re-descubrir la fachada y luego su gran nicho interior.

Recorrí poco a poco los trabajos, de salón a salón, con un montón de chicos inquietos que parecían estar listos para explicar de qué iba su trabajo. Pero a mí no me gusta que me digan cosas que puedo entender por mí sola, así que les uhí un poco despavorida. En general estaba regular. No porque todos sean mediocres sino al contrario, porque hay trabajos muy buenos y otros muy malos, lo cual nos hace llegar a un promedio. Entre los buenos trabajos valdría la pena hablar de tres proyectos. El primero era el de una dibujante preciosista con pequeñas ilustraciones que remitían a la infancia, en un papel desgastado, color kraft. En algunas ocasiones combinaba su dibujo a lápiz con recortes de telas llenas de arabescos. Es un trabajo sencillo, poético, que hablaba por sí solo. Valdría la pena revisar y a veces limitarse a una selección de los mejores. Depurar sería mi mejor consejo. Luego me llamó la atención una proyección llamada 9’, que proponía una mirada borrosa de una película muy conocida, pero que gracias a un zoom y a una veldura blanca, no se percibía bien. Aquí el uso del audiovisual se justifica y además rescata los movimientos escénicos de los actores. Manchas negras se mueven torpes dentro de esa lechosa pantalla blanca que atrae inevitablemente. Y por último, y tal vez el más interesante de todos los trabajos es el dibujo in-situ, en vivo y en directo, de Camilo Bocajá. Una ciudad llamada Babel que está minuciosamente construída con grafito y que se complementa con una animación bellísima que nos instroduce en el ambiente de una obra de ingeniería civil. Todo en un ambiente austero, oscuro, como de un urbanista que realiza su pequeña maqueta en un taller recóndito y alejado de todo. Maravilloso.

Esas fueron mis sensaciones de una tarde de sol en la que reviví las charlas eternas con mis compañeros y los consejos sabios de algún prfesor de la época.
Alumnos van y alumnos vienen, y el talento jamás parece disminuir. Sólo las formas e intereses de cada cual a la hora de hacer y hacer.

11 agosto, 2010

Extra 15: el futuro de los museos



A pesar de que corrí, entaconada como de costumbre, para llegar a tiempo a la prometedora conferencia con Hans Ulrich, Tanya Barson y Maria Inés Rodríguez en el auditorio León de Greiff de la U. Nacional, de nada me sirvió. Y no porque haya llegado tarde sino porque al contrario, el evento comenzó, por lo menos, treinta minutos tarde. Una media hora perfecta para ver como entraban al auditorio todos aquellos personajes propios del cóctel de arte, e incluso, aquellos que usualmente le huyen al circuito. Al parecer el co-director de la Serpentine de Londres y ex curador del Museo de arte moderno de Paris es una figura tan emblemática que convocó hasta a los más huraños. Supongo que todo el mundo quería dejarse ver en tan especial evento. Galeristas, artistas, coleccionistas, estudiantes, gestores, profesores, curadores y groupies se reunieron justo allí en donde Antanas Mockus no pudo soportar la humillación ante un grupo de estudiantes de arte precisamente, y mostró su reluciente trasero en señal de protesta. En esta ocasión todos los ropajes permanecieron en su sitio. Gracias a Dios. Cosa que no evitó que igual se viviera una situación vergonzosa.

¿Pero por dónde empezar?

Por un lado la demora injustificada del inicio hizo que de entrada se sintiera un ambiente incómodo. Luego, y a pesar de la lucidez y mirada crítica de Mara Inés, conservadora jefe del Musac, quien fue la única que sacó la cara del panel de ponentes, el resto fue un absoluto desastre. Hans, con quien al parecer se acordó hablar español para hacerse entender por un público en su mayoría hispanoparlante, en realidad atropelló el lenguaje con una irritante e incomprensible mezcla entre francés, italiano, inglés y un muy proletario nivel de español. Al parecer la idea de un traductor o intérprete no fue contemplada, lo que hizo que quienes se quedaran, fuera solo por cortesía con tan prestigioso invitado, que a pesar de sus bromas e informalidad, no logró cautivar
a nadie. Habló de corrido con una presentación de diapositivas que presentó problemas y que no dio cuenta de su excelente trabajo de conversación y relación con los increíbles artistas con los que ha trabajado. Lamentable. Y luego lo siguió una Tanya Barson, curadora internacional de nada más y nada menos que la Tate Modern, a la cual sí se le entendía, exceptuando a quienes no hablaban inglés, con tan mala fortuna que fue una explicación plana y monótona que bien la resume la misma página de Internet de la institución. Ni un rasgo de autonomía, ni un atisbo de proposición personal. Y para completar, la sesión de preguntas se limitó primero a la opinión personal de una asistente que sacó su mejor inglés para comparar el maravilloso sol de Olafur Eliasson en el turbine hall con el festival de artes organizado por Cartel urbano hace un tiempo. Y la segunda, fue una pregunta realmente interesante y coherente con el tema de la conferencia de parte de un representante de los dos únicos museos del sur, y a la cual la moderadora casi hizo caso omiso (asumo que por ser del sur) con una traducción absurda que nada tenía que ver con su interesante problemática. Esto, cuando tan solo permanecían en la sala un 10% de los asistentes iniciales. El otro 90% se había salido poco a poco a hurtadillas. Patético. Ese es el amargo sabor del arte.

Felicito sin embargo a Maria Inés Rodríguez por su inteligencia y disposición, así como a quienes lograron traer a estos personajes así fuera para hacer un gran oso. Cosa que en cambio no han hecho en su largo recorrido en el mundo del arte.


Tanya Barson


Hans Ulrich


Maria Inés Rodríguez