13 septiembre, 2010

Recomendado: algunas cosas crecen sin esplendor



El fin de semana me desplacé hasta el sur y vi algo, que aunque austero y diletante (en el buen sentido de la palabra), me cautivó por diversas razones. Se los recomiendo. Es una instalación-intervención en la sede Kennedy de la Cámara de Comercio, donde Luis Hernández mellizo deja un poco de lado su interés puramente político y se centra en algo más geográfico, que involucra la ubicación y connotaciones de este edificio. Es algo sin pretenciones, que raya en la simpleza, pero que no deja de ser inquietante.

Muchas veces Mellizo, que va de aquí para allá, y a cuya obra y concepto es difícil seguirle la pista, me sorprende gratamente. Así fue esta vez.

Extra 16: Nuevos espacios físicos y mentales

Últimamente ando sumamente satisfecha al ver que la oferta de arte poco a poco se extiende en Colombia. Cada día hay nuevos espacios físicos y mentales que aunque les falta muchísimo camino par andar, me hacen pensar que el sueño ilógico que mueve a toda una horda de románticos e intelectuales, tiene algún sentido. Hablo de cosas como The Warehouse art, Cero Galería, el hotel continental de Bogotá, Fundación Visiva, Residencia en la Tierra, Sillón ocho, 12:00 galería, Rincón projects, La agencia y otra decena de nuevas propuestas que brindan confianza en que todo puede llegar a ser mejor. Felicito a todo el que trabaja por ello. Cuando yo era joven las chicas y yo no éramos tan emprendedoras. O nos duró poco al menos.






Nuestro lugar favorito



El ambiente recreado por Angélica Teuta en la Alianza Francesa del centro lejos está de ser mi lugar favorito. Tal vez pueda ser el de muchos, pero el mío no lo es. Y tenía una expectativa enorme luego de leer que dicha intervención tenía como referencias artísticas el maravilloso paisajismo desarrollado durante décadas por Seurat o la obra Reflecting pool, un hermosísimo y en extremo poético video realizado por Bill Viola en 1979. Pero cuando llegué, estresada como lo he estado por diversas razones, cubierta en polvo por las eternas obras de la carrera 3ª y angustiada por la posibilidad del constante atraco bogotano, me llevé una no tan buena sorpresa. Ni los puffs en colores chillones, ni las palmeras poco exóticas, ni mucho menos las franjas de color que se proyectaban sin gracia en el techo, lograban volverme el alma al cuerpo. Y les aseguro que lo intenté. De hecho lo necesitaba. Necesitaba de ese oasis que me habían descrito. Pero más allá de lo ingenioso del mecanismo y de la intención poética de Teuta no encontré mayor cosa. El sonido arrullador de las pequeñas fuentes era neutralizado por el cuchicheo de la gente en la cafetería y lo que prometió ser una imagen anti-claustrofóbica, igual o más bella que muchas de las anteriores, se vio limitada a un celofán proyectado. Poca curaduría de parte de un Santiago Rueda que selecciona de lo mejor pero que sin embargo no parece dialogar con el artista ni proponer soluciones reales para las muestras. ¿En algún momento habrán hablado al respecto? ¿Habrán tomado decisiones respecto al montaje? ¿Hubo discusión? ¿El texto apeñuscado en la columna era de aposta?

Y juro, para no ser injusta, que lo intenté. Pero no lo sentí. La obra no lo lograba. Pero tenía toda la pretensión del mundo. Habrá que intentarlo de nuevo hasta lograrlo. Desistir no es una opción.



La fotografía atrae más que la realidad.

Premio Bienal de artes plásticas y visuales de Bogotá



Si bien la Alzate sigue haciendo un esfuerzo sobrehumano por encargarse del cronograma y las actividades ligadas a las artes que con tanta sutileza le legó el distrito, es claro que no parece dar abasto. Y esto se nota especialmente por la falta de difusión y propaganda, por ejemplo, de un evento que reemplaza al casi eterno Salón del fuego, y que brinda, después del Luis caballero, el premio más jugoso del circuito nacional. Hablo del recién instaurado Premio Bienal de Artes plásticas y visuales de Bogotá, que intenta brindarle un merecido espacio a las generaciones intermedias, que de acuerdo a todas las opiniones, parecen haberse quedado en un limbo institucional. Sí. Hablo de mi generación, esa que tiene más de diez años de experiencia y que siento, han sido los grandes damnificados del curso de la gestión cultural en Colombia. Una generación que probablemente por falta de apoyo o una bipolaridad conceptual fruto de la evolución de las artes, se ha visto a gatas para lograr una proyección más allá de lo local.
Para esta primera ocasión se repiten una serie de nombres bien conocidos y quienes presentaron ya no obras, sino proyectos, que en ciertas ocasiones, no son más que otro nombre dado a una serie de trabajos.
Desde mi punto de vista las obras más concretas y contundentes, curiosamente del mismo género, con intenciones similares, pero tratadas totalmente distinto, son, por un lado, un video que muestra como una mujer, asumo yo la artista, besuquea de forma terca y apasionada a un inerte Bolívar en bronce que a pesar del acto de fe, no parece inmutarse en lo más mínimo. Y por el otro lado, un sugerente tocador rojo en cuyo espejo, varios lápices labiales parecen, por el ángulo y el tratamiento audiovisual, hacerle literalmente el amor a una boca. Mensajes directos, sensaciones puntuales que se transmiten de forma adecuada y sin aspavientos.
Me sorprendió también para bien saber que Franklin Aguirre aún continúa haciendo, reciclando y re-interpretando imágenes, con tan buena fortuna que no cae en ese lugar común en el que se ubican decenas de pintores jóvenes que insisten en la muy obvia apropiación. Al contrario retoma imágenes poco conocidas pero universales –probablemente de su banco de imágenes mentales- y que por el tratamiento de color y su manera de ser expuestas lucen frescas, renovadas y listas para consumir, disfrutar y desechar. Obsesión constante de Aguirre.
Aunque Johanna Calle sigue siendo escalofriantemente repetitiva, su trabajo, una y otra vez es efectivo, sobrio y grato de ver. Parece que esa comodidad funciona y da garantías al espectador. En este caso un índice, un atisbo de diagramación que habla de dibujo y tipografías sin necesidad de usar ninguno de los dos elementos.
Caso contrario es el de Maria Elvira Escallón quien es una aventurera por naturaleza y como tal se ha destacado con obras magníficas. Lamentablemente este no parece ser el caso, en un registro fotográfico soso y poco crítico, de un hecho macabro –la bomba de El Nogal- acompañado de un video-ambiente totalmente injustificado. Es una imagen sin movimiento que por más de que uno se esfuerce no logra introducir al visitante en el angustioso y lúgubre ambiente del fatal siniestro. Tampoco me convence el trabajo de Rodrigo Echeverry, anteriormente dispuesto en la sede centro del Colombo, quien por fuera de su interés pictórico –altamente visual y estético y no tan crítico como el quisiera- siento que se siente incómodo y no logra ser contundente. Se sienten más como excusas, experimentos y ejercicios que como obras y enunciados pertinentes. La idea de jugar con los metros es, sin embargo, interesante.
Aparte de estos casos concretos los trabajos están en un nivel medio y en un nivel local aceptable. Plotter de corte para hablar de consumismo, autoretratos con diversos disfraces para hablar de identidad, troncos/escaleras débiles, rejas con adornos, ejercicios de cartografía de la violencia, etc, son los ‘proyectos’ que completan la muestra, cuyo rumbo y destino sólo lo trazará el tiempo. Por ahora este grupo de valientes artistas tiene la difícil tarea de inaugurar el experimento y abrirle el boscoso camino a las generaciones más jóvenes. El sacrificio ya parece estar hecho.

Trayectos III. En la Línea

En la Sede de Uniandinos, que se re-inauguró hace unos meses con el ánimo de darle un espacio de exhicición a los exalumnos de artes de la Universidad de los Andes, se presenta actualmente una muestra sencilla, con una selección sencilla y un montaje sencillo.



Lineal, como su título, se siguen una a una, obras de Ana Mercedes Hoyos, Adriana Ramírez, Catalina Ortiz y Lucas Ospina, curadas sin contratiempos por Nelly Peñaranda. Nada que deslumbre en una muestra que cumple con el mínimo y se apoya en un lugar común del arte actual colombiano, como lo es el dibujo y uno de sus elementos básicos, es decir, la línea. Una exposición que aunque no tiene fallas reales, es decir, hemos llegado a los estándares mínimos, parece más como un cumplimiento de agenda y programación y no una apuesta real y arriesgada por reactivar esa sede cultural. Las obras a su vez tan solo cumplen con el requisito institucional y refuerzan mi sensación sobre este ciclo y su trayecto número III. Tal vez lo más destacado son los dibujos ilustrativos de Ortiz, aunque la letra redondeada que los acompaña no me convence del todo. Tampoco lo hacen las cajas amarillas que sostienen los dibujos de Lucas Ospina. Aparte, pues muy limpio, muy ascéptico, pero nada que te cambie la vida más allá de lo normal.