22 febrero, 2010

Últimas adquisiciones



La semana pasada, junto con un viejo compañero de la Universidad, visitamos la exposición temporal que presenta El banco de la República: Últimas adquisiciones. Para los que no saben, esta institución ha mantenido un constante interés en el arte colombiano y en ciertos artistas latinoamericanos haciéndose a una colección de piezas artísticas que pretenden ser un termómetro o un reflejo de lo que pasa en nuestros tiempos. Un interés probablemente filantrópico, de prestigio, pero sobre todo, económico y financiero, como el de cualquier colección. Y más, proviniendo de un banco, así sea el de la reserva pública. Prosigamos.

Una tipografía extraña para hablar al respecto, da la bienvenida a una selección hecha por la curadora y docente Mariángela Méndez, mejor conocida por su proyecto la oreja roja, realizado en el marco de los 13 salones regionales zona centro, el año pasado. Digo extraña porque en el afán de mostrar que es algo nuevo, se van al otro extremo mostrando una letra en exceso discotequera que no transmite ni lejos, la intención de esta exhibición. Un detalle puntual de museografía que afecta la apreciación previa de este proyecto.

Una vez adentrada en el bellísimo espacio que alberga el arte que le ha interesado recientemente al banco, nos topamos directamente con tres obras bellísimas: un retrato hecho a partir de hoyos sobre una placa sintética, en gran formato, de Pablo Tamayo, un paisaje anónimo dividido en partes y formando una escena inmensa y una silueta de un caballete en plotter de corte punteado, de Regina Silveira. Buen comienzo. Todo bien montado y anunciando algo probablemente interesante de ver.

Más allá de la selección o la curaduría, que creo que en este caso simplemente responde a un gusto o interés puntual y plural de Méndez por ciertas obras y ciertos artistas, la muestra pone a dialogar a diversas generaciones y diversos tiempos en un recorrido sencillo y valioso para cualquiera que no esté muy familiarizado con el arte en Colombia. Pensar en algo más cerrado sería encasillar a la institución dentro de líneas que sesgan el interés común. Lo que es grave en cambio, es que esa estrategia general y plural parece ser el común denominador de las curadurías en Colombia, que salvo por contadas excepciones, no son más que listas de talentos o una reunión indiscriminada de obras de calidad, y no guiones curatoriales plástico-narrativos como los que debería realizar un director de orquesta de las artes o un director de actores-artistas. Pero en este caso, vuelvo y repito, funciona. Por el carácter pedagógico y público de la institución que lo acoge.

Salvo por un desagradable roto de puntilla precisamente dónde se proyecta el video de Alberto Baraya (este tipo de cosas en este tipo de eventos son inadmisibles) no vi mayores defectos de montaje. Vi en cambio algunas obras que realmente no me dicen mucho dentro de este cuadro general de adquisición, como las fotografías de Alejandro Mancera, una espeluznante instalación tipo andrés carne de res del maestro Juan Camilo Uribe o las ampliaciones de Herrán que tampoco me matan (a pesar de su reconocida trayectoria. Yo no juzgo hojas de vida, sino obras de arte).

Por el otro lado, es decir lo positivo, sentí un particular acierto en presentar una nueva mirada del grabado en metal, técnica gráfica por excelencia, y que se rescata aquí de la mano de Roda y José Antonio Suárez, entre otros. En general piezas impresas al agua fuerte sobre papel, de una minucia, una fuerza y una riqueza discursiva y narrativa alucinante. Pocas veces se ven estos trabajos siendo que son una parte clave de nuestra historia y nuestros artistas.
También percibí una búsqueda por presentar pinturas autóctonas y locales, de viejos y jóvenes pero tal vez poco vistas anteriormente. Esto incluye obras de pedro Nel Gómez, Saúl Sánchez o de Henry Price. Lo local visto sobriamente a través del color y la forma de pintores magníficos.


Aparte, lo infaltable por su importancia dentro de la historia reciente del arte contemporáneo colombiano y su figuración internacional: - las preciosas sillas en metal de Doris Salcedo (a las que se le incluyen unas fotografías de la grieta como para que nadie ignore a su autora y además se refresquen la memoria) cuyo preciosismo lleva inclusive a percibir las vetas y puntillas del modelo original, la poética y crítica instalación de José Alejandro Restrepo: Musa paradisiaca y el performance de la tristemente fallecida Maria Teresa Hincapié. Cosas que para algunos pueden ser obvias pero que para el común de la gente no tanto y por eso se vuelve necesario que las incluyan en esa imaginería cultural actual. Excelente oportunidad para quienes no habían tenido la oportunidad de verlas en vivo y en directo Probablemente a futuro pase lo mismo con los troncos de Miler Lagos que sin duda alguna han marcado un momento supremamente importante para la plástica y la poca escultura que se lleva a cabo en nuestro país.

Aparte se incluyen dibujos de Johanna Calle y Mateo López (al final del recorrido) como para anunciar que hacia allá conduce el agua al molino. Ambas obras son bellísimas y son prueba de una paciencia casi tan admirable como la de una hormiga
portadora. Poco a poco los artista vuelven al oficio y la minucia. Y más en los países del tercer mundo donde no hay recursos para las mega instalaciones y las megalomano proyecciones y sus trucos.



Una escogencia valiosa y esencial para los actuales estudiantes y futuros creadores, gestores o investigadores. Esa fue mi sensación, y de hecho, también lo fue de quien me acompañó. Sencillo, bien montado, con cosas interesantes y con un par de desaciertos no tan graves.

11 febrero, 2010

Here we are now, entertain us



Here we are now, entertain us… Y sí que Aldo Chaparro logró entretener a los asistentes con una deslumbrante muestra de lo que significa hacer una instalación en nuestros días. Una mezcla de diseño, fotografía y escultura son los ingredientes del cóctel visual que se trajo este peruano para la primera muestra del año de la galería Nueveochenta. Letras en neón como bien lo han hecho Tracy Emin, el colectivo francés Claire Fontaine o el mexicano Stefan Brüggemann entre muchos otros, un texto en lámina de aluminio cortado a la perfección con un láser y puesto sobre una casi imperceptible mancha de pintura blanca y una serie de trazos en fibra óptica armando una teleraña entre los ya conocidos papeles arrugados de metal, hicieron las delicias de los asistentes. A esto súmenle un “estróber” al ritmo de Smell like teen spirit en español instalado en el segundo piso. Todo muy impactante, vibrante y contundente.



Aunque es un tipo de exposición que se puede apreciar seguramente en otras metrópolis, como Ciudad de México, Paris, Londres o Nueva York, pocas veces se tiene la oportunidad de ver en Bogotá, y menos, en una galería comercial. Y creo que en parte es porque esta es tal vez la única de las galerías, junto con Casas Riegner, que se mete la mano al bolsillo y no le teme a intervenir su espacio y adecuarlo a favor de las obras presentadas. El resultado es obvio. Obras de alto impacto, recorridos claros y una ambientación espacial que le suma fuerza a la obra. Una obra cuyo discurso es sencillo y sin pretensiones y que se inscribe muy bien en tiempos de una gran cantidad de información mediática que por afán ni siquiera interpretamos, ni filtramos de forma consciente.



A esta puesta en escena se le sumó una música experimental de una niña llamada Natalia Valencia, similar a la propuesta de Nobara Hayakawa, pero versión más improvisada y más primípara. Básicamente, junto con otra chica presentan un desafinado y ocre espectáculo de covers transcritos. La verdad es que ya de puertas a los 40 no entiendo esa moda de cantar mal. Más allá de la intención crítica, dialéctica y semántica del ejercicio ese remedo de sonido no me hizo ninguna gracia. El nombre de la chica de la guitarra en cambio me pareció venenosamente llamativo: Nikiniki Bam Bam. Enfin, igual estamos en la era del mal dibujo naíf e inocente, entonces, porqué no cantar como en la ducha, pero sin agua cayendo. En resumen, un buen show sin querer ser otra cosa. Esa es la inteligente propuesta de Aldo y una explosiva forma de empezar el año en Nueveochenta.

Anacrónico



Me sorprende mucho la experimentación que hace Javier Vanegas para su proyecto Anacrónico, presentado en la galería El Garaje. Una persona emergente que decide retomar las técnicas nobles de la fotografía en un momento en que lo digital prima de forma casi arrasadora. Y creo que los resultados son sumamente alentadores, en especial por la sensibilización de la madera, logrando destacar sus vetas y la textura orgánica de la misma. Así mismo lo hace en una segunda serie con unos bastidores entelados que toman el aspecto de un stencil fotográfico y logrado a través de químicos. Aunque es un trabajo rico en su técnica y llamativo por lo experimental, me genera dudas en cuanto a la escogencia de las imagenes que se muestran y que juntas (las series) no logran decir nada muy concreto. Esa belleza matérica y llena de recursos de laboratorio se convierte en el único pretexto de la muestra. Y aunque asumo que es una decisión consciente creo que se podría tomar riesgos en el asunto. Hay que lograr combinar ambas partes de forma que se amalgamen y se complementen en pro de la contundencia de una obra. La tarea de Javier es poner dichos avances, encuentros y hallazgos maravillosos al servicio de cosas claras que se quieran decir. Es decir, porqué un perro? Por qué azul? Porqué Alicia? Tal cual lo hace con las trampas de ratón que están mandando un mensaje clarísimo y de paso lleno de humor e ironía. No hablo de discursos filósoficos ni tratados políticos sino de cosas inetresantes (cualesquieran que sean) que se quieran decir y contar.

01 febrero, 2010

De vuelta / 2010



A medida que pasan los años me voy dando cuenta que me encanta vivir en Bogotá. A pesar de que el exterior siempre me recibe con sus brazos bien abiertos y sus extraordinarias postales ajenas a mi cotidianidad, no logro coinciliar la idea de no regresar pronto. De hecho el motor de cada viaje, por corto que este sea, siempre es esa formidable sensación de volver a casa y retomar la rutina. Como si todas las travesías sólo se justificaran por volver al dulce hogar y tomar el café, como todas las mañanas, junto a mi marido mientras comentamos los peligros que representa el nefasto personaje que tenemos por presidente, la dolorosa catástrofe que azotó inclementemente a Haití, o cualquier otra actualidad que se destaque en la prensa. Al rato aparecen mis hijos apurados con sus mochilas al hombro, sus cordones a medio amarrar y esa picardía infantil de quien no quiere ir al colegio. Son cotidianidades minúsculas que con el paso del tiempo se empiezan a apreciar de sobre manera. Y más, después de un largo viaje por otras tierras.




Como siempre, las primeras semanas del año son lentas y parsimoniosas. Aunque muchos de los calendarios y programaciones ya están definidas de antemano, siempre toma un tiempo retomar las acciones culturales. En especial para las instituciones (con sus burocracias y procesos) que sin embargo siempre extienden sus exposiciones de final de año hasta febrero del siguiente, como dándole una última oportunidad a los procastinadores. Las galerías en cambio, retoman actividades más pronto y abren poco a poco sus puertas y sus nuevas muestras. Y el espectador ansioso y ávido de retomar sus visitas, acude agusto como en búsqueda de esa droga que le habían quitado a cambio de pavo, regalos y aburridas cenas de fin de año. Las primeras en lanzarse al agua fueron La Nueveochenta y la pequeña nueva sede del garaje. Próximamente lo harán El Museo, Casas Riegner, Mundo, entre muchas otras. Así mismo me llamó la atención que el ameno restaurante En Obra tendrá en su rutina una serie de Martes de arte. Así están las cosas. Con pistones a marcha lenta pero prestos para sincronizarse poco a poco como una veloz locomotora.

Lo más esperado: la decisión final del jurado del Luis Caballero el próximo 5 de Febrero. ¿Qué estará pensando Luis en su tumba? Me lo pregunto porque alguna vez que hablé con él, cuando yo aún era casi una niña, a ninguno se le ocurriría pensar que un año después de su muerte, se implementaría un importante premio que llevaría su nombre, y mucho menos que en él, más de diez años después, se disputarían su reputación 6 video-artistas, instaladores, fotógrafos, arquitectos o performers contemporáneos. De seguro Caballero no entendería nada. Pero los tiempos van cambiando en una evidente búsqueda de adaptarse a un mejor entendimiento del mundo. Yo por mi parte, de haber sido jurado, habría estado en la encrucijada de otorgarle el premio a Luis Fernando Ramírez o a Nelson Vergara. Creo que no me habría decidido nunca.




Eso por ahora. Aquí estoy de nuevo, feliz de haber vuelto y atenta a lo que nos depara el año 2010 y sus excentricidades artísticas.

A gusto en Bogotá... Lolita Franco.