23 febrero, 2011

Cali: fallas de origen

Yo pensaría que 7 de cada 10 colombianos actúa, de una u otra forma, ilegalmente. Desde delitos sumamente graves, hasta pequeños y piadosos atajos a la ley. Asesinatos, consumo de drogas, deshonestidad, corrupción, mentiras, evasión de impuestos, infidelidad, robo, violencia, trampa, conducción embriagado y otro millón de actitudes por el estilo, nos hacen una raza particular de infractores conscientes de la ley. Es por eso, y por otras muchas razones, que no es nada raro que el narcotráfico se haya colado en todas las esferas de la sociedad y de las instituciones, al punto de imponer incluso su estética, sus malas maneras y unos pésimos modales. Mujeres siliconadas, camionetas de múltiple tracción hasta en las sillas, capos y más capos invadiendo la televisión, cuadros figurativos con escenas populares y una que otra gota de agua oxigenada en el cabello, son nuestro pan de cada día. Mis idas al salón de belleza cada vez se parecen más a la víspera del día de las brujas. Todas prefieren una peluca rubia, a su color castaño natural. E incluso, no les miento, sufro a diario de ver mis senos tan chicos, en comparación con las amazonas que adornan los camiones de cerveza águila que recorren nuestras ciudades, deslumbrando machos, que babean sin cesar.

Esa es la sociedad que nos tocó vivir y que ciudades como Cali o Medellín padecieron con más ahínco en la época de los carteles. Y bien, de eso se trata precisamente la reciente muestra inaugurada por la galería La Central en su sede de la carrera 12ª con 77. Una reflexión sencilla, pero directa, a esa cultura que negamos, pero que brota insistentemente al son de la seguridad democrática y de la unidad nacional.

En general debo decir que “Cali: fallas de origen” es una muestra buena. Retoma un tema latente y lo transforma en una grata exposición que reúne apuntes supremamente críticos sobre la realidad nacional. ¿Porqué más es buena? Porque se arriesga a enmarcarse dentro de una problemática dada al cliché, pero lo hace de forma original, sin manierismo o alusiones mañé. Al contrario, lo hace con mucho estilo y “cheverismo”. Lo es también por la calidad de los artistas que presentan, quienes en su mayoría son personas que han tenido siempre posturas críticas respecto a su sociedad, como es el caso de Wilson Diaz, siempre, al pie del cañon. Y además, me satisface que esta galería no ha querido, en su corta pero interesante existencia, sucumbir a un estilo específico y claustrofóbico, sino que se ha dado el lujo de serpentear por diversas posiciones y esquemas curatoriales. Desde trabajos muy sobrios, limpios y hermenéuticos, hasta otras cosas más desprovistas de brillo y adornos, pero coherentes.



Las únicas cosas que no me cuadran son los dibujos en acuarela de José Horacio Martínez, que disuenan dentro de la exposición, no por su tema (el video del escolta funciona muy bien) sino por su estética. Aquí es cuando pienso que los artistas deberían hacer caso omiso a la búsqueda de un estilo o forma personal de hacer, y al revés, encontrar los mejores medios para comunicar sus ideas. También les faltó hacer evidente que la casita roja que Da-vivienda, es un remake de la obra ganadora sel 37 salón nacional de artistas del año 1998. Asimismo le daría más importancia al boceto, ubicado fantasmalmente en el último piso.




No siendo más, me despido por ahora. Me esperan mis amigas para el tradicional almuerzo de los miércoles.

P.D.: Me encantó el trabajo de Margarita García: carteles de Cali, anteriormente presentado en lugar a dudas y la agencia.