14 mayo, 2009

Más allá/ Maria Isabel Rueda/Casas Riegner



Quisiera pensar que más allá de mi muerte, cuando mis cenizas sean esparcidas al viento por mis seres queridos, me esperan esos poéticos espacios, situaciones, recuerdos y memorias que con los poderes sobrenaturales de una enviada de los dioses ha logrado captar Maria Isabel. Paisajes de contemplación profunda que me devolvieron el alma al cuerpo. Composiciones en calma en donde la profundidad se pierde pero a la vez se percibe. Ampliaciones impecables que despiertan la melancolía de cualquier ser humano sensible. Sensible al ritmo de unas olas que cantan al viento y al vacío. Sensible a la textura de una arena que se funde en migajas como un puñado de oro puro. Sensible a rostros curtidos de grietas ruinosas y arrugas que marcan lo lento y parsimonioso de la fugaz existencia. Sensible a un camino con una sola fuga conduciendo a la nada. Maravilloso. He ido ya varias veces a verificar que siento lo mismo. Y así es.



Me alegra además pensar que se han dejado de lado los vampiros de la sabana, los discursos antropológicos sobre las tribus urbanas y los íconos repetitivos. Ya lo presentía yo cuando vi a esos amantes flotando solitarios en la inmensidad del mar en la exposición sobre el amor o cuando contemplé la bellísima serie de pinturas y dibujos que presentó maría Isabel en la galería Jenny Vilá. Se vienen cosas grandes. Se proyecta mucha poesía. Felicitaciones. Y Gracias. No tendría nada más que decir. Gracias.

03 mayo, 2009

Nota 18: Multiplicación



Estoy sumamente contrariada porque no he encontrado la fórmula mágica para lograr multiplicarme y así poder asistir a la gran cantidad de exhibiciones que se están dando y que vienen próximamente. Y así lo logre porque en realidad lo logro no me queda tiempo suficiente para escribir al respecto. Supongo que el reloj de arena está avanzando demasiado rápido o que mis múltiples actividades y las crisis de mis hijos me ocupan demasiado tiempo.

John Castles en la sede del salitre de la cámara de comercio con una obra moderna muy de mi generación, Saúl Sánchez en Nueve ochenta con una propuesta bastante conceptual y a la vez crítica frente al coleccionismo, una interesante muestra en la residencia con reproducciones de carátulas de discos, Agobiante y claustrofóbica instalación en la Alonso Gracés, Cosméticos y curiosidades en La Valenzuela, Fotográfica que inuagura por todo Bogotá, Al cuadrado que se apodera de un edificio de la zona industrial, hermosísimas fotografías de Maria Isabel Rueda en Casas Riegner, Selva en la casa de la moneda, Abstracción pictórica de Franco en el museo, Charla de Doris Salcedo en la Tadeo, etc, etc, etc... En fin... Estoy contrariada. Ahora me entienden. No parecen alcanzarme ni los vestidos ni los tacones.

35º C

En el costado norte del planetario, justo encima del cybercafé, yace desubicada una suerte de chimenea en plástico que hace pensar al transeúnte desprevenido que andan haciendo alguna obra o arreglo en la sala Sala Santafé.



Y es que efectivamente hay allí una obra, en este caso no de construcción sino de arte y se encuentran en arreglos, pero no seres humanos, sino miles de abejas que se han tomado cuatro edificaciones modernas y el invernadero dispuesto por Luis Fernando Ramírez para hablar sobre cómo la arquitectura moderna puede o no convivir de forma harmónica con la naturaleza y el paisaje.

En un experimento que me hizo pensar instantáneamente en la película animada Bee The Movie (actuada por el comediante norteamericano Jerry Seinfeld), el primer concursante de la anhelada carrera por el premio Luis Caballero, logró generarme una doble sensación de placer e incomodidad. Me gusta… no me gusta. Claridad y zozobra.
Aburrición con cierta emoción. No lo sé…

Di vueltas una y otra vez. Observé detenidamente al malabarista que con gran pericia lograba girar y girar una estructura piramidal de aristas en plástico. Una bella metáfora de cómo el ser humano juega a construir un mundo físico artificial dentro de un entorno natural paradójicamente hostil y a la vez delicado.



Miré una a una las piedras. Estas me invitaban a recorrer una obra palpitante con miles de preguntas por formular. Supongo que ponía en duda todas las concepciones sobre lo que siempre trabajó LeCorbusier y que con tanto esmero estudió, planteó y re-significo Rogelio Salmona.

Es una obra que no es del todo contundente pero que sin embargo te atrapa en reflexiones profundas sobre los espacios que habitamos y sobre lo extraño de las organizaciones humanas. Todo a través de una impecable construcción de un mini ecosistema apícola que el espectador no duda en inspeccionar y detallar. La propuesta abre la imaginación y punza. Aún no he logrado descifrar porqué pero estoy seguro de que lo hace. Creo que se empezó por muy buen camino y a buena temperatura. Caliente… Caliente…


eltiempo.com

Y les confieso que tengo mucha curiosidad por ver los trabajos de Rosario López y de Nelson Vergara.