19 marzo, 2007

Premio Luis Caballero

Hasta ahora nada en la Galería Santafé me había sorprendido.

De Uhía me esperaba algo totalmente distinto. –Ojalá hubiera sido algo con esmaltes y no con esas grabadoras made in China que solo me recuerdan la fatal inclusión de electrodomésticos rastreros en cuanta exhibición de arte contemporáneo-. Lo digo porque el popurrí de sonidos de películas de acción, más allá de desesperarme físicamente, que creo era la intención real a la que se refería el título masa crítica, al contrario no termina sino siendo la "criticación" de la "crtiticadera" entorno al eterno malestar que se tiene contra la globalización y el sistema capitalista en el que vivimos. Qué trillado, y sobre todo, que poco poético. Hubiera preferido una burla más "a la Uhía".


Foto: Instituto distrital de cultura y turismo

El trabajo de Baraya siempre me ha parecido muy interesante, sin embargo, la propuesta hecha para el planetario me parece que de alguna forma no encajaba. Y cuando algo en el arte no encaja no es que uno sea ignorante sino que algo anda mal. Y algo andaba mal. Aunque insisto. La obra de Alberto Baraya es una obra consecuente, con una investigación clara y un discurso propio de nuestro contexto.


Foto: Instituto distrital de cultura y turismo

En cuanto a Luz Angela Lizarazu y Miguel Huertas, ni lo menciono. Demasiado bajo el nivel. No dieron la talla y no se en que se gastaron los once millones de financiación. Esas tripas tipo cojín no son más que un mal remedo de arte póvera y los dibujos de Huertas intentando sensibilizar la percepción espacial, parecían un trabajo fallido de dibujo III. Agrio.

Gracias a Dios Edgar Guzmán apareció en escena con esos bellísimos dibujos espaciales. Es una propuesta muy simple que invita a repensar la primera consigna del concurso: apropiarse del espacio de exposición. Que por cierto es bellísimo y desde ya imagino con los reflejos discotequeros de Junca. Ya veremos… Por ahora líneas van, líneas vienen. Orden. Minimalismo. Paz. Ganas de mirar, de crear encuadres. De crear tramas. De crear dibujos.



08 marzo, 2007

Fantasmagoria



A mediados de los años 90, paralelamente al tradicional Nintendo y a esos otros aparatos digitales que aún no logro comprender, fueron apareciendo a su vez juegos de video para computador. Es decir que a aquellas consolas endiabladas que dejarían epilépticos a mis niños, se unirían un teclado y un ratón. Fatal presagio.

Por lo tanto, preocupada por el futuro de mis hijos emprendí una particular cacería de brujas cuyo principal objetivo era destruir el título más escalofriante: Fantasmagoría. Lo digo por que tanto Piero como Clementina entraban en un extraño trance cuando lo jugaban. Además duraban días sin dormir, evitaban quedarse solos y mantenían las luces de sus cuartos prendidas. Muy extraño. Se petrificaban ante cualquier ruido y miraban de reojo a cada paso. Fantasmagoría… Fantasmagoría… Ese es el lúdico título que decidió darle José Roca a la nueva exposición temporal del Museo del Banco de la República.


Foto/ eltiempo.com

Como le decía ayer a mi amiga (una desentendida que decidió acompañarme a la inauguración), me parecía genial que una muestra de arte contemporáneo de alta calidad formal y conceptual, como de seguro lo era esta, se alivianara con una curaduría que implicara juego, magia, fantasía y diversión. Eso evitaría la alta carga intelectual que suele rodear estos eventos y le proporcionaría un mayor disfrute a los asistentes. Y Así sería. Tal cual lo había pronosticado.

Como un par de niñas incrédulas Lucía y yo nos fuimos adentrando en unas obras bellísimas. Soplos de vida. Vientos de sombra. Respiros de luces.

Aaaire… y un hombrecillo de papel que con un último esfuerzo lograba erguirse contra la pared. Esa era la bienvenida. Luego, atormentadas corrimos por un estrecho callejón para evitar la ola de humo que se nos venía encima. Multitud. Multitud y más multitud de sombras mías, mías, mías, de Lucía, de Lucía, de Lucía, de otros, de otros, de otros.
Salimos y muchos se agolpaban como esperando algún evento magnífico. Al ver que nada pasaba simplemente pensé que era muy torpe para entender y decidí seguir el recorrido hasta que de pronto, de la nada, como un espectro irreal, como una aparición milagrosa inesperada, surgió la imagen de una mujer proyectada en un insipiente vapor blanco. Cuatro segundos y la imagen se desvanecía. Me sentí de nuevo viva.
A cada paso descubrimos cosas nuevas. Efectos de luz, juegos de positivos y negativos, imágenes que aparecían y desaparecían. Unas fantasmales sombras deambulaban por las escaleras del museo metropolitano de Nueva York. Un hombre leía un libro. El agua temblorosa por mis pasos creaba novedosas imágenes. Mi aliento revivía retratos….
En fin… Una sonrisa se dibujaba en mi rostro y a diferencia de mis hijos tendría el mejor sueño de mi vida. Ya entenderán porqué.



¿Lo más acertado? Lograr ocultarle al espectador la tediosa investigación que se encuentra detrás de todas estas obras. Obras que indagan, en términos formales, las capacidades de la luz, de las proyecciones, de la interactividad, de la programación, y en términos conceptuales, la gravedad de las desapariciones, de las catástrofes, la fugacidad de la vida, la levedad del ser, etc. ¿Me entienden?



Diez sobre diez. Eso es lo que espero de una exposición de arte contemporáneo en el año 2007. Eso y un par de canapés, un buen vino y una excelente compañía.