Desaparecidos/Mambo
Nombres de la talla de Cildo Meireles, Luis Camnitzer, Arturo Duclos y Oscar Muñoz hacen parte de la lista de artistas latinoamericanos convocados por Laurel Reuter para hacer parte de la exposición ‘Desaparecidos’ que se presenta actualmente en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Hacía un buen tiempo que ninguna de las exposiciones del museo de Gloria Zea me provocaba siquiera la motivación de escribir unas palabras. Pero esta y sus pesos pesados me sedujeron inevitablemente.
Aunque me niego a validar del todo las propuestas que se valen de los problemas sociales para provocar reacciones, creo que la gran mayoría de piezas que presenta esta muestra se distinguen más por la poesía visual que por el amarillismo del conflicto. Lo advierto porque es una distinción complicada de hacer en un contexto en donde hacer arte con esa responsabilidad social y política se ha vuelto una fórmula de enormes dividendos.
A la entrada, unos inocentes retratos hechos en técnicas mixtas (aguadas, carboncillo y pasteles) intentan recrear una suerte de diario de rostros despojados de vida y libertad. Un poco sucios y no del todo contundentes. Hubiera preferido ver una bitácora o unas hojas sueltas. Una sensación similar me dieron las fotografía de Manuel Echavarría en dónde la macro superficie roída de unas piezas de cerámica pretender infundir dolor y piedad. No lo logran.
Luego todo cambia con un clásico de Meireles. Unas botellas de Coca-Cola con inscripciones revolucionarias que nos demuestran la posibilidad de una inclusión casi fantasmagórica de mensajes subliminales dentro de los productos más masivos del mundo. Un poco de su propia medicina. Es jugar el mismo juego que juegan las multinacionales pero a la inversa, adoptando la misma estrategia comunicativa pero con fines reflexivos y de ‘conscientización’. Maravillosa la línea de retratos fotográficos en blanco y negro alternados con espejos y que nos recuerdan que todos podemos ser víctimas de la guerra y que hace tres décadas muchos conocidos desaparecieron misteriosamente por ideas absurdas y gobiernos tenebrosos. También destaco la mayoría de piezas del segundo piso, en especial la serie de intervenciones con un stencil de una bicicleta y unas fotografías intercaladas con diálogos y frases muy dolorosas de quienes han sufrido alguna prisión mental o física.
Lamentable el hecho de ver algunas grietas y humedades en los techos del museo, así como paredes a medio pintar en lo que se supone es una exposición de muy alto nivel y con un montaje que debería ser impecable. No lo es. Luce a veces con un aire
decadente.
Hacía un buen tiempo que ninguna de las exposiciones del museo de Gloria Zea me provocaba siquiera la motivación de escribir unas palabras. Pero esta y sus pesos pesados me sedujeron inevitablemente.
Aunque me niego a validar del todo las propuestas que se valen de los problemas sociales para provocar reacciones, creo que la gran mayoría de piezas que presenta esta muestra se distinguen más por la poesía visual que por el amarillismo del conflicto. Lo advierto porque es una distinción complicada de hacer en un contexto en donde hacer arte con esa responsabilidad social y política se ha vuelto una fórmula de enormes dividendos.
A la entrada, unos inocentes retratos hechos en técnicas mixtas (aguadas, carboncillo y pasteles) intentan recrear una suerte de diario de rostros despojados de vida y libertad. Un poco sucios y no del todo contundentes. Hubiera preferido ver una bitácora o unas hojas sueltas. Una sensación similar me dieron las fotografía de Manuel Echavarría en dónde la macro superficie roída de unas piezas de cerámica pretender infundir dolor y piedad. No lo logran.
Luego todo cambia con un clásico de Meireles. Unas botellas de Coca-Cola con inscripciones revolucionarias que nos demuestran la posibilidad de una inclusión casi fantasmagórica de mensajes subliminales dentro de los productos más masivos del mundo. Un poco de su propia medicina. Es jugar el mismo juego que juegan las multinacionales pero a la inversa, adoptando la misma estrategia comunicativa pero con fines reflexivos y de ‘conscientización’. Maravillosa la línea de retratos fotográficos en blanco y negro alternados con espejos y que nos recuerdan que todos podemos ser víctimas de la guerra y que hace tres décadas muchos conocidos desaparecieron misteriosamente por ideas absurdas y gobiernos tenebrosos. También destaco la mayoría de piezas del segundo piso, en especial la serie de intervenciones con un stencil de una bicicleta y unas fotografías intercaladas con diálogos y frases muy dolorosas de quienes han sufrido alguna prisión mental o física.
Lamentable el hecho de ver algunas grietas y humedades en los techos del museo, así como paredes a medio pintar en lo que se supone es una exposición de muy alto nivel y con un montaje que debería ser impecable. No lo es. Luce a veces con un aire
decadente.