En la galería mundo acaban de pasar, como una ráfaga, como un viento que sentimos pero que no logra realmente resfriarnos las entrañas, dos exposiciones que hacen parte de un ciclo denominado Diez por uno + 1. Hablo de dos muestras valiosísimas pero que por la apretada agenda de este espacio nos dejan tan sólo ese perfume pasajero de quien deambula con prisa.
Tanto la exposición de los jóvenes payaneses Fernando Pareja y Leidy Chávez, como la del baranquillero Gonzalo Fuenmayor, son dos propuestas de alto nivel. Tal vez no tanto como exhibiciones, es decir, como propuestas instaladas y mostradas en esa sala (en gran parte por el espacio), sino como semillas de un buen arte y pruebas de que producen piezas cuyo contenido visual es potente e impactante.
Por un lado la pareja de Popayán, que yo desde hace años había señalado en un concurso de la embajada francesa por su exquisito aporte a la escultura miniatura, vuelven y me demuestran que van por buen camino. Su estética bizarra e inquietante atrapa hasta al más cauto y desconfiado. Aquí acuden de nuevo a figurillas en plastilina perfectamente acabadas y que parecen trabajadas por un dettallista cirujano, y a programas de esos de esta era (que yo no logro entender), para moldear sus figuras tridimensionalmente en el computador y luego imprimirlas como si fueran fotografías. Tres de ellas (V. Fotos), junto con un zootropo improvisado (con un tocadiscos) son piezas espectaculares e impecables. Las otras imágenes que compelmentan la serie son menos eficaces y funcionan menos. Siento que les falta fuerza y que el exceso de color les resta dramatismo y entorpecen la bella paleta de grises negros y rojos escarlata, que caracterizan las primeras. Pero en general son dos jóvenes que tienen una visión estremecedora del mundo y que reivindican una técnica que ya nadie utiliza.
Por su lado Fuenmayor me sorprende para bien saliéndose un poco de un trabajo plástico y experimental que poco a poco se iba agotando en sí mismo. Esta vez acude al poder inigualable del carboncillo, logrando que de unos negros profundos o de unos blancos inmaculados, salgan dramáticamente unos candelabros que me recuerdan a la obra musa paradisiaca, de José Alejandro Restrepo, así como otros elementos propios al mobiliario barroco y rococó. Me impresiona además que se siente un manejo de la luz casi fotógráfico y una respuesta contundente al problema del contraste. Creo que se trata de una muy buena evolución que a pesar de dar un salto grande, en lo cromático y en lo matérico, volviéndose más sobrio y contemplativo, sigue teniedno el carácter y estética propios de este artista.
Lástima, insisto, que el lugar les dé tan pcoo tiempo y que además hayan decidido poner un enorme mueble modular en plena entrada de la galería. Una estrategia que entorpece el paso en el lugar y le quita protagonismo a sus muestras .
No me atrae la actual exposición de Eva María Celín, quien siento que poco a poco se apegó al papel del pintor de antaño que hace series tras series, tal vez con el ánimo de vender, pero pasando por encima de un valiosísimo acto reflexivo e investigativo propio al arte contemporáneo. La idea de las capas o profundidades de acrílico me sigue pareciendo genial. Las imágenes no tanto.