11 mayo, 2010

Recomendado: articulaciones de la luz



Esta entrada más que una crítica, es una invitación a visitar unas magníficas obras exhibidas en la sede de Uniandinos, las cuales apelan al lúdico fenómeno de la luz para decir diferentes cosas. Tanto Rodrigo Facundo, Santiago Leal, Carmen Gil como Alba Triana, nos proponen interesantes miradas hacia ese fenómeno extraño que ilumina, aclara, encandelilla, rebota, difumina, y que se describe de mil formas más en el mundo. Esta muestra además re-inaugura ese espacio que se hallaba limitado a conciertos, eventos de sociedad y demás reuniones de club náutico sin botes. Todas las obras tienen un nivel y una factura envidiable. Lástima tal vez, el cerramiento de una parte del espacio en pleno centro de la sala.

Diez por uno + 1

En la galería mundo acaban de pasar, como una ráfaga, como un viento que sentimos pero que no logra realmente resfriarnos las entrañas, dos exposiciones que hacen parte de un ciclo denominado Diez por uno + 1. Hablo de dos muestras valiosísimas pero que por la apretada agenda de este espacio nos dejan tan sólo ese perfume pasajero de quien deambula con prisa.
Tanto la exposición de los jóvenes payaneses Fernando Pareja y Leidy Chávez, como la del baranquillero Gonzalo Fuenmayor, son dos propuestas de alto nivel. Tal vez no tanto como exhibiciones, es decir, como propuestas instaladas y mostradas en esa sala (en gran parte por el espacio), sino como semillas de un buen arte y pruebas de que producen piezas cuyo contenido visual es potente e impactante.

Por un lado la pareja de Popayán, que yo desde hace años había señalado en un concurso de la embajada francesa por su exquisito aporte a la escultura miniatura, vuelven y me demuestran que van por buen camino. Su estética bizarra e inquietante atrapa hasta al más cauto y desconfiado. Aquí acuden de nuevo a figurillas en plastilina perfectamente acabadas y que parecen trabajadas por un dettallista cirujano, y a programas de esos de esta era (que yo no logro entender), para moldear sus figuras tridimensionalmente en el computador y luego imprimirlas como si fueran fotografías. Tres de ellas (V. Fotos), junto con un zootropo improvisado (con un tocadiscos) son piezas espectaculares e impecables. Las otras imágenes que compelmentan la serie son menos eficaces y funcionan menos. Siento que les falta fuerza y que el exceso de color les resta dramatismo y entorpecen la bella paleta de grises negros y rojos escarlata, que caracterizan las primeras. Pero en general son dos jóvenes que tienen una visión estremecedora del mundo y que reivindican una técnica que ya nadie utiliza.







Por su lado Fuenmayor me sorprende para bien saliéndose un poco de un trabajo plástico y experimental que poco a poco se iba agotando en sí mismo. Esta vez acude al poder inigualable del carboncillo, logrando que de unos negros profundos o de unos blancos inmaculados, salgan dramáticamente unos candelabros que me recuerdan a la obra musa paradisiaca, de José Alejandro Restrepo, así como otros elementos propios al mobiliario barroco y rococó. Me impresiona además que se siente un manejo de la luz casi fotógráfico y una respuesta contundente al problema del contraste. Creo que se trata de una muy buena evolución que a pesar de dar un salto grande, en lo cromático y en lo matérico, volviéndose más sobrio y contemplativo, sigue teniedno el carácter y estética propios de este artista.







Lástima, insisto, que el lugar les dé tan pcoo tiempo y que además hayan decidido poner un enorme mueble modular en plena entrada de la galería. Una estrategia que entorpece el paso en el lugar y le quita protagonismo a sus muestras .

No me atrae la actual exposición de Eva María Celín, quien siento que poco a poco se apegó al papel del pintor de antaño que hace series tras series, tal vez con el ánimo de vender, pero pasando por encima de un valiosísimo acto reflexivo e investigativo propio al arte contemporáneo. La idea de las capas o profundidades de acrílico me sigue pareciendo genial. Las imágenes no tanto.

A la sombrita de las residencias

Durante el mes de abril, mes de lluvias, rayos y centellas, la galería Santafé cobijó en su semi círculo expositito y el apéndice alterno, un par de muestras que quería comentar.



La primera es una exposición que reunía a los ganadores de residencias artísticas del año pasado, que por hacer memoria, se vieron empapados ante la acusación de haber sido elegidos a dedo por la reconocida curadora María Iovino. Y pruebas no le faltaron a Andrés Matute para hacernos ver a los actores de este pequeño mundo, que habían inconsistencias de sobra en ese proceso de selección, que igual prosiguió como si nada. Y hoy más que nunca le doy la razón a Matute, ya que visitar esta exposición, fue básicamente tan similar como asistir al pabellón Artecámara del año pasado curado por la chica en cuestión. Efectivamente siente uno la presencia omnipresente de una mirada similar, de una forma de hacer las cosas muy específica, y de elegir mecánicamente a un grupo predilecto. Lo difícil de la situación es que son artistas serios y propuestas conscientes y concretas, además de que la exposición está bien resuelta. Es decir, María Iovino parece hacer bastante bien su trabajo. Lo triste es que esto sea a través de convocatorias públicas y de procesos cerrados que nos dejan ver una intención tan clientelista como la de un político. Y aquí cabe perfectamente el señalamiento de Franklin Aguirre y su exposición Friends, que ilustra perfectamente este mal arraigado del medio al que todos parecen hacer caso omiso. La diferencia es que Aguirre lo hace en una galería comercial abierta que le brinda esas posibilidades (incluso discursivas) y no a través de una Fundación que aunque seria y profesional tiene en sus raíces todos los males del entorno público en nuestro país. En pocas palabras es una exposición con trabajos acertados como los de Alexandra Mc Cormick, Adriana Salazar o Mónica Páez, que se nota que disfrutaron y aprovecharon su residencia, pero que sin embargo, en el fondo, parece una línea más en la hoja de vida de una curadora. Se merece unas felicitaciones con serias sospechas de poca objetividad.
Mi consejo para Matute: trabajar más y mejor (tanto su obra como sus relaciones personales) hasta que el ojo de un experto o una mano amiga, caiga sobre su obra.
Mi consejo para Iovino, pensar menos en su carrera y en la consolidación de una generación puntual (ya Marta Traba nos mostró a dónde conlleva ese proselitismo y esa segregación de talentos) y avocar de más por el interés común y la exaltación de la diversidad.





Y al lado, por la sombrita de este evento, se presentó una sencilla instalación
de Adriana García. Una reflexión directa a la producción de polución de los automóviles en nuestras ciudades. Puntual, conciso, al grano. Una obra que tal vez luce solitaria pero que podría estar inscrita dentro de una curaduría sobre el medio ambiente y la naturaleza. Así se sentiría más acompañada. De todas formas me pareció interesante, bien montado, sin mayores pretensiones, pero con algo claro que decir.