Últimas adquisiciones
La semana pasada, junto con un viejo compañero de la Universidad, visitamos la exposición temporal que presenta El banco de la República: Últimas adquisiciones. Para los que no saben, esta institución ha mantenido un constante interés en el arte colombiano y en ciertos artistas latinoamericanos haciéndose a una colección de piezas artísticas que pretenden ser un termómetro o un reflejo de lo que pasa en nuestros tiempos. Un interés probablemente filantrópico, de prestigio, pero sobre todo, económico y financiero, como el de cualquier colección. Y más, proviniendo de un banco, así sea el de la reserva pública. Prosigamos.
Una tipografía extraña para hablar al respecto, da la bienvenida a una selección hecha por la curadora y docente Mariángela Méndez, mejor conocida por su proyecto la oreja roja, realizado en el marco de los 13 salones regionales zona centro, el año pasado. Digo extraña porque en el afán de mostrar que es algo nuevo, se van al otro extremo mostrando una letra en exceso discotequera que no transmite ni lejos, la intención de esta exhibición. Un detalle puntual de museografía que afecta la apreciación previa de este proyecto.
Una vez adentrada en el bellísimo espacio que alberga el arte que le ha interesado recientemente al banco, nos topamos directamente con tres obras bellísimas: un retrato hecho a partir de hoyos sobre una placa sintética, en gran formato, de Pablo Tamayo, un paisaje anónimo dividido en partes y formando una escena inmensa y una silueta de un caballete en plotter de corte punteado, de Regina Silveira. Buen comienzo. Todo bien montado y anunciando algo probablemente interesante de ver.
Más allá de la selección o la curaduría, que creo que en este caso simplemente responde a un gusto o interés puntual y plural de Méndez por ciertas obras y ciertos artistas, la muestra pone a dialogar a diversas generaciones y diversos tiempos en un recorrido sencillo y valioso para cualquiera que no esté muy familiarizado con el arte en Colombia. Pensar en algo más cerrado sería encasillar a la institución dentro de líneas que sesgan el interés común. Lo que es grave en cambio, es que esa estrategia general y plural parece ser el común denominador de las curadurías en Colombia, que salvo por contadas excepciones, no son más que listas de talentos o una reunión indiscriminada de obras de calidad, y no guiones curatoriales plástico-narrativos como los que debería realizar un director de orquesta de las artes o un director de actores-artistas. Pero en este caso, vuelvo y repito, funciona. Por el carácter pedagógico y público de la institución que lo acoge.
Salvo por un desagradable roto de puntilla precisamente dónde se proyecta el video de Alberto Baraya (este tipo de cosas en este tipo de eventos son inadmisibles) no vi mayores defectos de montaje. Vi en cambio algunas obras que realmente no me dicen mucho dentro de este cuadro general de adquisición, como las fotografías de Alejandro Mancera, una espeluznante instalación tipo andrés carne de res del maestro Juan Camilo Uribe o las ampliaciones de Herrán que tampoco me matan (a pesar de su reconocida trayectoria. Yo no juzgo hojas de vida, sino obras de arte).
Por el otro lado, es decir lo positivo, sentí un particular acierto en presentar una nueva mirada del grabado en metal, técnica gráfica por excelencia, y que se rescata aquí de la mano de Roda y José Antonio Suárez, entre otros. En general piezas impresas al agua fuerte sobre papel, de una minucia, una fuerza y una riqueza discursiva y narrativa alucinante. Pocas veces se ven estos trabajos siendo que son una parte clave de nuestra historia y nuestros artistas.
También percibí una búsqueda por presentar pinturas autóctonas y locales, de viejos y jóvenes pero tal vez poco vistas anteriormente. Esto incluye obras de pedro Nel Gómez, Saúl Sánchez o de Henry Price. Lo local visto sobriamente a través del color y la forma de pintores magníficos.
Aparte, lo infaltable por su importancia dentro de la historia reciente del arte contemporáneo colombiano y su figuración internacional: - las preciosas sillas en metal de Doris Salcedo (a las que se le incluyen unas fotografías de la grieta como para que nadie ignore a su autora y además se refresquen la memoria) cuyo preciosismo lleva inclusive a percibir las vetas y puntillas del modelo original, la poética y crítica instalación de José Alejandro Restrepo: Musa paradisiaca y el performance de la tristemente fallecida Maria Teresa Hincapié. Cosas que para algunos pueden ser obvias pero que para el común de la gente no tanto y por eso se vuelve necesario que las incluyan en esa imaginería cultural actual. Excelente oportunidad para quienes no habían tenido la oportunidad de verlas en vivo y en directo Probablemente a futuro pase lo mismo con los troncos de Miler Lagos que sin duda alguna han marcado un momento supremamente importante para la plástica y la poca escultura que se lleva a cabo en nuestro país.
Aparte se incluyen dibujos de Johanna Calle y Mateo López (al final del recorrido) como para anunciar que hacia allá conduce el agua al molino. Ambas obras son bellísimas y son prueba de una paciencia casi tan admirable como la de una hormiga
portadora. Poco a poco los artista vuelven al oficio y la minucia. Y más en los países del tercer mundo donde no hay recursos para las mega instalaciones y las megalomano proyecciones y sus trucos.
Una escogencia valiosa y esencial para los actuales estudiantes y futuros creadores, gestores o investigadores. Esa fue mi sensación, y de hecho, también lo fue de quien me acompañó. Sencillo, bien montado, con cosas interesantes y con un par de desaciertos no tan graves.