Ayer en la noche hizo bastante frío. La ciudad lucía caótica. Las calles atestadas de vehículos queriendo refugiarse en sus caballerizas. ¿Los transeúntes? Afanados. Es la época navideña. Bogotá corre y todos quieren disfrutar un poco. Las luces de los automóviles se confunden con el brillo de los neones decembrinos y con el rutinario alumbrado público. Un poco de lluvia y como por arte de magia, todo se refleja.
Había tenido un día bastante agitado que sumado al absurdo tráfico, me ponía los nervios de punta. Pero tenía un motivo para relajarme: la inauguración de la catorceava versión del consolidado Salón de arte BBVA. Un evento que desde hace años ha dado a conocer a muchos de los hoy consolidados artistas colombianos. Por ello mi apetito de miércoles en la noche.
Un particular discurso entre chiste y chance daría inicio al evento. Muchos jóvenes. Suficiente vino. Suficiente whisky. Y: “adelante horda de espectadores ávidos de distraer los ojos y alimentar imaginaciones.”
A mi derecha, recién entraba a la respectiva sala de la Casa de la Moneda esperaban pacientes unos dibujos, huérfanos de apellidos, carrera y trayectoria. Eran de Carlos Montoya, joven de quien no tenía ningún conocimiento. Fiesta de artista / fiesta de Warhol. Con una sutil trama y un fino puntillismo se lograba crear un ambiente caótico pero legible (valga la contradicción). Todo lleno de apropiaciones de obras Pop y un genial reciclaje de imaginario popular. Papel de alto gramaje y una peculiar característica: puntas chatas. Excelente. Siempre es bueno ver algo nuevo. Saber que habrán fabricantes de imágenes para rato.
Un pasto por ahí naciendo me anunciaba la presencia del sensible mundo de Mateo López. A parte de sus dibujos, esta vez nos presentaba un delicioso trozo de pastel. Era un tiramisu, tal vez una milhoja o un cremoso cheese cake . A ciencia cierta no podría decir pero fuera lo que fuera daban unas enormes ganas de propinarle un goloso mordisco. Genial como siempre. A su lado, un alter ego formal, Nicolás Paris, quien de la unidad a la globalidad siempre trae conceptos divertidos. A veces con una innecesaria necesidad de legitimar todo con un concepto rebuscado. Más vale el silencio de una obra como la del hueco.
Hernando Barragán me sorprendería gratamente. Lo digo por que por prejuicio solo conocía de él su obsesión por procesing, por los leds, por los circuitos, las lámparas, el Basic stamp, etc. Etc. –No recuerdo toda la terminología multimedial e interactiva-. Pero aquí había ido más allá y presentaba una obra llena de poética. Estas particulares pinturas tenían un sencillo olor a tecnología sin ser algo inabordable. Me recordaba la idea del ritmo, del circuito, de los cables pero con una sutil mezcla de acrílico y un único sensor que una vez te acercabas producía el sonido. Interesante. Además que con Venus White eran las únicas obras pictóricas. Tremendo cambio de mentalidad para este salón acostumbrado enteramente al óleo y los acrílicos.
Luego habrían unas obras que hablaban del territorio y la cartografía. Concepto bien de moda en la contemporaneidad. En ellas nada me punza.
Ana Adarve siempre abre los caminos a la imaginación. Y acá no sería la excepción. Con sus camisas en reposo y el particular formato de ciencia ficción que logra convertir la imagen en un encuadre supra-terrenal, esta fotógrafa nos hace soñar cosas insólitas. Gran capacidad de montar imágenes digitalmente. Lo cual, déjenme decirles, es muy difícil.
¿De lo más llamativo? Un zapato deportivo marca Adidas invadido de un musgo mala hierba de lo más posesivo. Aunque contiene el mismo significado que el mobiliario natural de María Elvira Escallón (cuyo registro también se encontraba en la expo.), creo que el tenerlo ahí en vivo y en directo hace que el concepto se solidifique enormemente. Supongo que sería imposible trasladar los enormes árboles de Tabio a un espacio expositivo. Además, siguiendo los hallazgos de estas obras, de seguro éste se comería despiadadamente todo el cubo blanco hasta poseer la manzana entera y un poco de las calles aledañas. Qué locura. Imaginé una gran guerra por centurias: Naturaleza vs Urbanización, la batalla final.
Y así. hasta unos videos de no gran calidad, una extenuada pared venida abajo y un colectivo de graffiteros en plena acción.
Ahh… se me olvidaban unas obras tridimensionales bastante surrealistas que flotaban por ahí sostenidas por el suelo. Un canchoso echado. ¿Un puercoespín? Un pollito fosforescente sin cabeza, contemplándola, tal vez solo mirándose al espejo. Había algo ahí. No sé que era, pero de seguro me punzaba.
Buen fin de bullicio urbano. Así pude ir tranquilo a cumplir con una cita y dormir placidamente pensando en que la vida es más que una rutina agotadora. Se acercan las fiestas, el fin de año, las vacaciones y por supuesto la ilusión de un nuevo año.