El Miércoles pasado le dije a mis amigas que no tomaría el té en la tarde. De hecho tampoco podía acudir al almuerzo campestre que habían planeado para conmemorar los 50 años de graduación del colegio. ¿La razón? Tomaría un transmilenio desde el norte de Bogotá, hasta el sur de la ciudad. Más de cien cuadras que me demuestran a mi misma que esta metropolis es un archipiélago de barrios aislados e indiferentes los unos de los otros. ¿Mi destino? El barrio Venecia.
Allí me recibieron, en vez de Góndolas y caminillos empedrados, zorras y desgastadas vías vehiculares. En vez de Crêpes and waffles y Randy’s, crepes.cream.waffles y Juandy’s. Una versión Sui Generis de lo que el Bogotano del norte está acostumbrado a ver, oler y oír.
Me llamó la atención el hecho de que el barrio gira alrededor de una vía vehicular, y no de un centro particular, como lo sería una plaza o un parque. Como quien dice, es más un caserío urbano que una comarca urbanizada. Allí transitan cientos y cientos de personas a lado y lado de la peculiar avenida. Algo riesgoso. Muy similar a la calle 72 a la altura de las carreras 60 a 70. Allí se confunden papelerías, droguerías, almacenes de ropa y restaurantes de comida rápida con comercio informal y engalladas residencias.
Como podrán sentirlo, él asistir a una muestra de arte contemporáneo bajo esas particularidades es toda una experiencia. Los códigos cambian y hay que ponerse alerta. Di un par de vueltas por el vecindario tratando de involucrarme y respirar otro aire. En ese momento, justo al lado del andén, como meditando absorto, un lotero en silla de ruedas miraba atento la señal de no tener sexo. De seguro rememoraba sus corridas sexuales cuando de joven hizo de Don Juan.
Esa fue la primera obra. Luego busqué el local en el que estaba centralizada la muestra. Las señales van apareciendo y al final una termina pareciendo una infante que juega al “frío”, “frío”, “caliente”, “tibio”…
Finalmente estaba allí pero corrí con la mala fortuna de que estaba cerrado. Sus creadores habían tenido que salir para cumplir con compromisos relacionados al evento. Menos mal dos especiales consejeras (un par de niñas de 7 y 8 años) insistían en que las señoras abrían ahorita a las 8 o 9 AM. Eran las doce. En general se sentía la presencia de algo de suma importancia para los habitantes del barrio. Es como su pequeño tesoro cultural. Ese que nadie más tiene. Y aunque no pude entrar sentí que ya había estado.
Puntualmente creo que este tipo de propuestas se deberían extender a toda la ciudad. Sería realmente increíble que toda una urbe se pudiera vestir de propuestas visuales de calidad. Algo así como una rendición de culto o un tributo al espacio que habitamos. Imaginen señales diseñadas por artistas, paredes engalanadas con murales, códigos ocultos en las calles, señalamientos de una cotidianidad urbana. Fascinante.
Importante aclarar:
Aunque es claro que hay que generar espacios culturales para todo el público, en este caso un espectador que de no ser por la bienal jamás hubiera podido acceder al arte, tampoco se trata de voltear la balanza y volver excluyente la propuesta en el otro sentido. Por ello la participación en la bienal de Bogotá, por ejemplo, me parece que es clave. Así el proyecto pasa por todos los filtros posibles y dialoga realmente en una esfera amplia. A futuro la vuelta de página está en poder generar los nodos y las vías de acceso entre todas las partes. Por que la discusión entorno al arte no debe ser política, ni social (de clases), sino una discusión humana, de todos, en la que lo ideal es que el común de la gente pueda disfrutar y llenarse la boca con el ingenio de los artistas y de ellos mismos.
La bienal en todo caso es un gran paso. Siento que fue como abrirle otro polo de acción importante a la ciudad. En el sentido geográfico-literal y en el sentido reflexivo. Toca es que en el medio/en el trayecto/en la mitad, también haya estaciones suficientes para evitar la posible polarización.
Luego me le apunté a unas salchipapas con colombiana, una tranquila caminada por el comercio y una fugaz contemplación de la gente. Retomé mi camino y partí dejando a lo lejos un monumental Almacenes Éxito, que obviamente me recordó las camisetas con el lema existo. Una buena experiencia y un particular olor a dulce.
Aunque su director me insistió en volver y ver las propuestas en vivo y en directo, un compromiso me lo impidió. Igual mi interés estaba ligado al evento, al barrio, a la propuesta y no a las obras presentadas en esta ocasión. Al final lo que más quería, y creo que lo logré, era sentir la peculiar bienal.